Tema para la Jornada Mundial de Oración
por la Santificación de los Sacerdotes
EUCARISTIA, SACERDOCIO Y COMUNION DE IGLESIA
- 3 junio 2005 -
Solemnidad del S. Corazón de Jesús
1. Herencia de Juan Pablo II y las exhortaciones de Benedicto XVI
Los acontecimientos eclesiales que hemos vivido durante el mes de abril de este Año Eucarístico (2005), son una gracia irrepetible en nuestra vida cristiana y sacerdotal. El Papa Juan Pablo II nos ha dejado una herencia sacerdotal con su Carta del Jueves Santo (14 de marzo 2005), una herencia sacerdotal que viene a ser como la síntesis de sus documentos anteriores sobre el sacerdocio. En el mismo camino trazado por su predecesor, el Papa Benedicto XVI nos llama a vivir este Año Eucarístico, redescubriendo la amistad con Cristo y haciendo de la misma la clave de nuestra existencia sacerdotal (cfr. Discurso a los Pàarrocos de Roma, 13 de mayo 2005).
En las exhortaciones de Juan Pablo II y de Benedicto XVI son la prolongación de la misma invitación de Cristo: "Permaneced en mi amor... vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 9.14). Nos invita a vivir en El, en una dimensiàon relacional con Aquel que es el Verbo de la vida, en sintonía con sus sentimientos, de corazón a corazón, como decía San Pablo: "Tened los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2, 5).
Nuestra "existencia" sacerdotal está llamada a ser: existencia agradecida, entregada, salvada para salvar, que recuerda, consagrada, orientada a Cristo, eucarística aprendida de María (cfr. Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo2005). Esta nuestra existencia profundamente relacionada con Cristo, se aprende por medio de una experiencia de fe vivida: "Estar ante Jesús Eucaristía, aprovechar, en cierto sentido, nuestras "soledades" para llenarlas de esta Presencia, significa dar a nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de gozo y sentido nuestra vida" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, n. 6).
El secreto o la clave de la vida sacerdotal es el amor apasionado por Cristo que le lleva al anuncio apasionado de Cristo: "Su secreto reside en la "pasión" que tiene por Cristo. Como decía san Pablo: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21). (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, n. 7).
El sacerdote reencuentra y vive profundamente su identidad cuando se decide a no anteponer nada al amor de Cristo y a hacer de él el centro de la propia vida. Estamos llamados a "volver continuamente a la raíz de nuestro sacerdocio. Esta raíz, como sabéis muy bien, es una sola: Jesucristo Nuestro Señor" (Benedicto XVI, discurso 13 mayo).
Esta experiencia de relación con él equivale a entrar en su amistad, hasta el punto de no poder prescindir de él, de no sentirse nunca solos, de no dudar de su amor. "El Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, se confía a nosotros, nos confía su cuerpo en la Eucaristía, nos confía su Iglesia. Consecuentemente debemos ser de verdad sus amigos, tener con él un solo sentir, querer lo que El quiere y no querer lo que El no quiere. Jesús mismos lo dice: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando" (Jn 15,14)" (Benedicto XVI, 13 de mayo).
2. Eucaristía y sacerdocio
Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia y en la exhortación apostólica Mane nobiscum Domine nos ha trazado unas líneas de "espiritualidad eucarística" para todas las vocaciones. Al releer estos textos, nos sentimos como tocados en el corazón, especialmente cuando hemos hecho la experiencia ante el Sagrario. Cristo sigue hablando hoy, de corazón a corazón.
Las palabras de la consagración eucarística nos moldean y transforman, son una "fórmula de vida"; por ellas, estamos "implicados en este movimiento espiritual" de transformación en Cristo (Carta del Juves Santo, nn. 1 y 3).
Nuestra espiritualidad cristiana y sacerdotal es relacional o de amistad, es oblativa en unión con la caridad del Buen Pastor, es transformativa porque nos hace signo claro del mismo Jesús, es mariana aprendida en la escuela de María, es de comunión eclesial, es ministerial o de servicio, es misionera... Siempre es como una actitud de agradecimiento "eucarístico", como quien se siente amado por el Señor, y consecuentemente lo quiere amar del todo y hacerle amar de todos.
En este sentido, toda nuestra vida está centrada en la Eucaristía, como misterio pascual que se anuncia, se celebra, se vive y se comunica a los demás. Por esto, "si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal" (Ecclesia de Eucharistia, n. 31).
La consecuencia de vida relacional por parte nuestra es muy lógica, puesto que, como todos los fieles, estamos llamados a ser: "Almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón" (Mane nobiscum, Domine, n. 18).
Al entrar en los sentimientos de Cristo, en su mismo corazón, especialmente en la celebración eucarística, se experimenta la llamada a continuar esta relación íntima durante el día, sin poder prescindir de "dialogar reposadamente con Jesús Eucaristía" (Mane nobiscum, Domine n. 30)
La "identidad" o "existencia" sacerdotal se esfuma y entonces ya no se encuentra sentido a la vida, si no experimentamos la intimidad con Cristo: "Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida" (ibídem).
El Papa Benedicto XVI, al hablar a los sacerdotes, el 13 de mayo, insta a encontrar esta intimidad con Cristo como "prioridad pastoral": "El tiempo de estar en la presencia de Dios es una verdadera prioridad pastoral, que es, en último término, la más importante" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).
Nuestra relación con la Eucaristía fundamenta nuestra relación con la Iglesia, como Cuerpo eclesial de Cristo. De ahí nace la fuerza de nuestra caridad pastoral que constituye nuestra principal actitud y nuestro principal servicio, es decir, el "oficio de amar": "El sacerdocio ministerial tiene una relación constitutiva con el Cuerpo de Cristo, en su doble e inseparable dimensión de Eucaristía e Iglesia, de Cuerpo eucarístico y de Cuerpo eclesial. Por esto nuestro ministerio es "oficio de amor" (San Agustín, In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5), es el oficio del Buen Pastor, que ofrece su vida por las ovejas (cfr. Jn 10, 14-15)" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).
3. Eucaristía y Sacerdocio en la "comunión eclesial"
El amor a la Iglesia, como misterio de comunión para la misión, se aprende del amor del mismo Cristo, que "amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,15). Citando a Juan Pablo II, cuando afirmaba que "la santa Misa es absolutamente el centro de mi vida y de cada jornada" (Discurso del 27 de octubre de 1995, a los treinta años del Decreto Presbyterorum Ordinis), el Papa Benedicto XVI comenta: "Del mismo modo, la obediencia a Cristo, que corrige la desobediencia de Adán, se concretiza en la obediencia eclesial, que para el sacerdote es, en la práctica cotidiana, en primer lugar su propio Obispo" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).
El año eucarístico 2004-2005 es, pues, una fuerte invitación a entrar en los sentimientos de Cristo, para amar a la Iglesia como él y vivir con él la comunión de Iglesia. El ministerio petrino lo hemos sentido en nuestra corazón como nunca en abril de este año 2005, con dos Papas que nos invitan a vivir centrados en Cristo Eucaristía, para experimentar comiendo "un mismo pan", que somos "un solo Cuerpo" (1Cor 10, 17).
La comunión eclesial se concreta para nosotros en esa "escucha", es decir, "obediencia" vivida ("obaudire") respecto al ministerio de los Apóstoles, del que nosotros también formamos parte. La comunidad primitiva era "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4, 32), porque, al celebrar la "fracción del pan" (la Eucaristía), sabían "escuchar" con fidelidad y con actitud de oración la predicación apostólica: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hech 2, 42).
Nuestra "comunión" eclesial nace del amor a Cristo y a su Iglesia. Es amor que sólo se puede aprender en intimidad con el mismo Cristo, presente en la Eucaristía y escondido en la palabra predicada por los Apóstoles. Es, pues, "comunión" y escucha-obediencia amada y vivida afectiva y efectivamente.
Cuando este año hemos meditado repetidamente la pregunta de Jesús a Pedro ("me amas"?) para comunicarle el "Primado" en pastoreo, nos hemos sentido más que nunca interpelados nosotros mismos, como pastores del mismo rebaño. Parece como si la respuesta de Pedro ("tú sabes que te amo") fuera también la nuestra. Y así es cuando vivimos en comunión con quien "preside la caridad" universal, es decir con Pedro y sus sucesores. Nuestra "obediencia", vivida con amor, es parte esencial de nuestra espiritualidad sacerdotal, puesto que estamos insertados como pastores en la misma "comunión" de Iglesia a la que sirve el ministerio petrino.
Cuando vivimos esta comunión eclesial ("un solo cuerpo"), en relación con Cristo Eucaristía ("un solo pan"), entonces nuestra vida sacerdotal navega a velas desplegadas. La comunión con el propio Obispo forma parte de esta misma vivencia eucarística y sacerdotal, para construir la "fraternidad sacramental" en el Presbiterio (Presbyterorum Ordinis, n. 8), como pide el Concilio Vaticano II.
La celebración eucarística nos une a Cristo, dejándonos transformar por él, también en su obediencia a los designios del Padre. Por esto, nuestra obediencia "personifica a Cristo obediente" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).
4. Eucaristía, sacerdocio, comunión eclesial
Testamento misionero de Juan Pablo II, mensaje de Benedicto XVI
El Papa Juan Pablo II nos ha dejado un testamento misionero en su último mensaje para la jornada misional del presente año (octubre 2005), que concluirá el año eucarístico. El Mensaje lo firmó el 22 de febrero, Cátedra de San Pedro, pero se hizo público a mediados de abril, ya después de su muerte. Es su verdadero testamento misionero, que nos invita imitar a Cristo "pan partido", "pan de vida para la vida del mundo" (Jn 6, 51). sus apóstoles se hacen también "pan partido" por la caridad pastoral y son servidores de una comunidad que también debe hacerse "pan partido" para toda la humanidad.
En la carta del Jueves Santo nos dice: "Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de "ver" en ellos a Cristo (cfr. Jn 12, 21)" (Carta del Jueves Santo, n. 7).
El Papa Benedicto XVI, en la Misa de inauguración de su Pontificado en la plaza de San Pedro hizo un llamado para todos, pero recordando, al mismo tiempo, "la tarea del pastor, del pescador de hombres". Después de repetir el llamado de Juan Pablo II también en la inauguración de su Pontificado ("abrid las puertas a Cristo"), dice: "Quien deja entrar a Cristo en su vida no pierde nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. El no quita nada y lo da todo" (Homilía 24 abril 2005, inauguración del Pontificado de Benedicto XVI).
Verdaderamente no hay nada más hermoso que haberse dejado sorprender por Cristo. Viviendo fielmente en comunión con el carisma y ministerio petrino, se redescubre esta realidad de nuestra vocación pastoral como fuente de gozo pascual de Cristo en nosotros y en los demás: "Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo" (ibídem).
Esta vida eucarística, sacerdotal y misionera en la comunión de Iglesia, se aprende viviendo en Cenáculo "con María la Madre de Jesús" (Hech 1, 14). Entonces se imita de ella su sintonía de sentimientos con el Corazón Sacerdotal de Cristo, porque ella es nuestra Madre por el hecho de ser "Madre del único y Sumo Sacerdote. Precisamente de nuestra unión con Cristo y con la Virgen se alimenta aquella serenidad y aquella confianza de la que todos sentimos necesidad, tanto en el trabajo apostólico como en nuestra existencia sacerdotal" (Benedicto XVI, 13 mayo 2005).