Prof. Mons. Antonio Miralles 

Pontificia Universidad del Santa Cruz 

Videoconferencia, el 29 de septiembre de 2005

 

  

La predicación en el tercer milenio: desafíos y oportunidad 

 

Juan Pablo II, entre las "prioridades por la Iglesia al principio del nuevo milenio", en el contexto de "una situación que cada vez es más variada y comprometida", confirmó “la « llamada » a la nueva evangelización", indicando "que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés ", NMI 40/1. La evangelización empeña a todos los fieles de la Iglesia, pero no hay duda que un sitio de relieve lo ocupa la predicación de los sacerdotes. Entiendo la predicación en sentido propio, es decir el anuncio y la exposición en público de viva voz de la doctrina de la fe y la moral cristiana. 

¿Cómo lanzar de nuevo el ministerio de la predicación? Es fácil darse cuenta que no se trata solamente de dar un nuevo empuje a lo que se ha hecho hasta ahora, sino también de enfrentar los nuevos desafíos del actual contexto humano y social, que se revelan también como nuevas oportunidades de evangelización. Para encontrar una verdadera respuesta seguiremos una indicación de Benedicto XVI en su primer Mensaje al día siguiente de su elección a sucesor de San Pedro. En el «afirmar con fuerza la decidida voluntad de continuar en el empeño de realización del Concilio Vaticano II", añadió: " Los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada", n. 3. Volvamos a ver entonces cosa nos dicen estos Documentos. 

El Lumen gentium enuncia el principio de base del ministerio sacerdotal de la predicación: “Los presbíteros […] en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, para predicar el Evangelio", y añade una preciosa indicación: "Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo, único Mediador, anuncian a todos la divina palabra", LG 28/1. "A todos" entonces, y aquí ya nos encontramos con un desafío de primer nivel. El decreto Presbyterorum Ordinis refuerza esta amplitud de destinatarios de la predicación: " Los presbíteros, pues, se deben a todos, en cuanto a todos deben comunicar la verdad del Evangelio que poseen en el Señor ", PO 4/1, y luego enumera las dos mayores categorías de destinatarios: de una parte, " En las regiones o núcleos no cristianos ", porque "los hombres son atraídos a la fe y a los sacramentos de la salvación por el mensaje evangélico"; y por otro lado, "pero en la comunidad cristiana ", pero entre este el decreto conciliar señala una categoría en cuyo confrontas la predicación se vuelve de modo particular un desafío, es decir " aquellos que comprenden o creen poco lo que celebran ", PO 4/2. 

En relación a los contenidos de la predicación, el decreto indica una importante tarea que constituye otro desafío: aquel "de enseñar la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la conversión y a la santidad", PO 4/1. Sobre esta estela Giovanni Paolo II se ha movido señalando con el dedo como primera prioridad pastoral del nuevo milenio como la santidad: "Es hora de proponer nuevamente a todos con convicción esta "medida alta" de la vida cristiana ordinaria", NMI 31/3. Es este un verdadero desafío a los sacerdotes porque, como enseña el decreto conciliar, les corresponde realizar en sí mismos la palabra de Dios que tienen que enseñar a los otros, cfr. PO 13/2. Cada uno tiene que ver si está persiguiendo esta "medida alta." 

Otra oportunidad de predicación y, al mismo tiempo, apremiante desafío nos propone Juan Pablo Paolo II, en la encíclica Redemptoris missio, cuando se refiere a los "areópagos modernos […] El areópago representaba entonces [a los tiempos de san Pablo] el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio ", RM 37.c/1. No los ve el Pontífice como agrupaciones humanas, sino como áreas culturales.  

"El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una « aldea global ». ", RM 37.c/2. No se trata sólo de empeñarse en ellas para multiplicar la difusión del mensaje cristiano; sino - explica el Pontífice -se trata de un hecho más profundidad, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo", ibidem. Volveremos sobre este punto. 

"Existen otros muchos areópagos del mundo moderno […]. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio", RM 37.c/3. La predicación es llamada a iluminar estas temáticas con la luz del evangelio. 

"Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida", RM 37.c/4. 

Los desafíos al ministerio de la predicación en el nuevo milenio inciden ante todo en el contenido. Al respeto el decreto Presbyterorum Ordinis contiene un criterio de auténtica eficacia: "es siempre su deber enseñar [de los presbiterios], no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios ", PO 4/1. Son palabras claras en las que repica el eco de la admonición de san Pablo a no falsificar la palabra de Dios: "Se encuentran con facilidad vendedores de la palabra de Dios, pero nosotros actuamos por convicción; todo procede de Dios y lo decimos en su presencia, en Cristo", 2 Cor 2, 17. El verbo kapêleúein, que la Biblia del CEI traduce cómo regatear, además de este sentido de vendo a tráfico, también tiene aquel de falsificar, adulterar (un género alimenticio). La contraposición que establece al apóstol entre este modo de actuar y el suyo con sinceridad, hace preferible esta segunda acepción, porque no parece que él esté reprochando una conducta de solicitar dinero por la predicación sino aquel de falsear la mercancía que se ofrece, en este caso la palabra de Dios. Si realmente se transmite la palabra de Dios, entonces sí que la predicación es un hablar “como movido por Dios en Cristo", y por lo tanto con una palabra en la que actúa la fuerza de Dios. Se entiende bien cuánto sea justo la enseñanza de la constitución Dei Verbum del Concilio: " Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella", DV 21. 

El hablar “como movido por Dios en Cristo" ocurre de modo especial en la predicación que es parte de la acción litúrgica. Sobre ella el Concilio también ha expresado un claro criterio: " las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia ", SC 35, 2. La homilía tiene que favorecer la acción del Espíritu Santo sobre todos los fieles que participan en la celebración los hace sacar al misterio de Cristo presente y operante. Ésta es la acción del Espíritu que describe el Catecismo de la Iglesia Católica: "A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la", CCC 1101. 

Los nuevos desafíos y, al mismo tiempo, oportunidades para el relance del ministerio de la predicación en las circunstancias del nuevo milenio solicitan, además de la fidelidad a la palabra de Dios, también de seguir este otro criterio ofrecido por el decreto Presbyterorum Ordinis: "la predicación sacerdotal, muy difícil con frecuencia en las actuales circunstancias del mundo, para mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios, no sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio", PO 4/1. El conocimiento de estas circunstancias no deriva solamente de las experiencias del predicador sea sobre hechos personales sea sobre las personas que encuentra. Los horizontes cognoscitivos son más vastos, y él tiene que valerse de la cultura y de la ciencia. También en relación a esto se revela preciosa la enseñanza conciliar: "La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización", GS 44/2. 

No es que el ministerio de la predicación exija al predicador de ser un estudioso de todo el saber que determinan de modo consistente el actual contexto cultural y social; pero sí le exige abertura de espíritu y puesta al día informativa, no superficial, bien sí en profundidad. Los nuevos areópagos ponen en mayor medida esta exigencia. Giovanni Paolo II la subrayó respeto al mundo de la comunicación, que él presentó como el primer areópago del tiempo moderno: " No basta, pues, usarlos [los medios de comunicación] para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta « nueva cultura » creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos sicológicos", RM 37.c/2. El predicador no puede ser un extraño a este mundo cultural. El Pontífice continuó: "Mi predecesor Pablo VI decía que: « la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo »;62 y el campo de la comunicación actual confirma plenamente este juicio" (ibidem). El predicador tiene que ser consciente de ello.