PATERNIDAD DEL OBISPO EN RELACIÓN A LOS PRESBÍTEROS
(Conferencia del Cardenal
Cláudio Hummes en el "Seminario de Aggiornamento de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos", para Obispos
con menos de tres años de Ordenación Episcopal, en el Pont. Collegio San Paolo
Apostolo, en Roma, el 13 septiembre de 2008)
¡Queridos y Venerados hermanos en el Episcopado!
Agradezco de corazón a su
Eminencia el Señor Cardenal Ivan Dias, Prefecto de la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos, por la invitación a hablarles, en este
seminario, sobre "Paternidad del Obispo con respecto a los
presbíteros". Saludo a todos ustedes y, en vuestras personas, dirijo mi
especial y agradecido saludo a todos los sacerdotes de vuestras Iglesias Particulares.
Hoy, nuestros presbíteros tienen
necesidad de una especial y amorosa atención,.En muchos países su número
desciende siempre más y su edad media ha subido demasiado. Por otra parte, la
sociedad actual post-moderna, sucularista y laicista, relativista e indiferente
respecto de la religión, hace cada vez más cansador y exigente el trabajo y la
vida de los sacerdotes. Es verdad que hay algunas regiones del mundo donde la
religiosidad permanece fuerte y muy extendida y, a veces también con un número
creciente de sacerdotes. Pero, en esta mismas regiones, otros y graves
problemas con frecuencia desafían el ministerio de los sacerdotes como, por
ejemplo, la pobreza y la miseria material de gran parte de la gente, la falta
de recursos y condiciones necesarias para una buena infraestructura pastoral y,
no pocas veces, el activismo proselitista de las Sectas, en muchos casos
anti-católicas. Asimismo, no podemos olvidar que a estas regiones, poco a poco,
sobre todo a través de los medios de comunicación y de la mobilidad humana,
llega, en manera siempre más trastornante, la actual cultura mundial
dominante post-moderna.
Luego, están los problemas muy subrayados y a
veces sobredimensionados por los medios en los últimos años. Problemas
referidos, es verdad, a una pequeña parte del Clero, es decir, los problemas de
las desviaciones y de los abusos sexuales. El más grave, sin duda, es el de la
pedofilia, grave antes que nada a causa de las víctimas, los niños, que quedan
traumatizados y heridos en su personalidad para toda la vida. Si hubiese un
solo caso, sería ya gravísimo y profundamente preocupante para la Iglesia.
Lamentablemente no se trata de algún caso aislado. Además, debemos decir en voz
alta que los sacerdotes implicados en estos problemas más graves son una mínima
parte del Clero. Por otra parte un cierto número no respeta el celibato o está
implicado en la homosexualidad. También éstos son problemas que los Obispos
deber tratar de sanar, según las orientaciones de la Iglesia. Asimismo, la gran
mayoría de nuestros presbíteros está constituida por hombres generosos e
infatigables en la donación de sus vidas y de todas sus energías, con gran
sacrificio humano en favor del pueblo, especialmente al servicio de los pobres
y de los marginados, de aquellos que han sufrido injusticias y de los
desesperados. La gran mayoría, no obstante las debilidades comunes y los
límites humanos, que todos tenemos, son sacerdotes fieles a su vocación y
misión, fieles y diligentes en el desarrollo de su ministerio, en la entrega total
de su ser al Señor y a su Reino. Por ello, no obstante esta pequeña parte de
presbíteros "problemáticos", podemos y debemos estar orgullosos de
nuestros sacerdotes y demostrarles que estamos orgullosos, que los admiramos y
aún más: los veneramos y amamos verdaderamente, con gran reconocimiento.
En este contesto, se demuestra verdaderamente
importante que los Obispos son padres de sus sacerdotes. Comenzamos recordando
que nuestros presbíteros, por medio de la Ordenación presbiteral, son nuestros "necesarios
colaboradores y consejeros en el ministerio y en la función de instruir,
santificar y gobernar al Pueblo de Dios", como afirma la Presbyterorum
Ordinis (n.7). No podemos olvidar que nuestros sacerdotes nos han sido
donados en Cristo por Dios Padre, para el bien de la Iglesia y para la
salvación de todos los hombres, como "sabios colaboradores" (Lumen
Gentium, 28) y como "hermanos y amigos" (Presbyteriorum
Ordinis, 7).
Leemos en el Directorio para
el ministerio pastoral de los Obispos (DMPV)(2004): "Vicario del Pastor
grande de las ovejas (Eb 13,20), el Obispo debe manifestar con su vida y
con su ministerio episcopal la paternidad de Dios, la bondad, la solicitud, la
misericordia, la dulzura y la autoridad de Cristo, que vino para dar la vida y
hacer de todos los hombres una sola familia, reconciliada en el amor del
Padre" (DMPV, 1).
Sobre el fundamento teológico de la peternidad del
Obispo con respecto a sus presbíteros quisiera hacer solamente ana acotación.
Se trata fundamentalmente de una communio sacramentalis. "El Señor
Jesús, desde el comienzo de su misión, después de haber rezado al Padre,
constituidos a los doce Apóstoles para que estuviesen con él y para mandarlos a
predicar el Reino de Dios y a echar a los demonios [como dice Mc 3, 14-15]. Los
Doce fueron queridos por Jesús como un colegio indiviso con Pedro como jefe, y
justamente como tales cumplieron su misión, comenzando por Jerusalén (cf. Lc
24,46), después, como testigos directos de su resurrección hacia todos los
pueblos de la tierra (cf Mc 16,20)" (DMPV, 9).
Los Doce, a su vez, para que el ministerio
apostólico recibido de Cristo no se apagase con su muerte, sino que perdurase a
través de los tiempos, impusieron las manos sobre colaboradores elegidos e
invocaron sobre ellos al Espíritu Santo, haciéndoles, así, partícipes de este
ministerio. A continuación, los sucesores de los Apóstoles, o sea los Obispos,
a su vez transmitieron, en la misma forma, el ministerio apostólico a aquellos
que habrían debido sucederles a través de los siglos hasta hoy.
El documento Lumen Gentium (LG), del
Concilio Vaticano II, agrega: " Los obispos han legítimamente confiado a
varios miembros de la Iglesia, en distinto grado, el oficio del ministerio. De
esta manera el ministerio eclesiástico de institución divina es ejercitado en
diversos órdenes, por aquellos que ya desde
antiguo son llamados obispos, presbíteros, diáconos. Los
presbíteros, si bien no poseyendo el ápice del sacerdocio y dependiendo de los
obispos en el ejercicio de su potestad, están sin embargo unidos a ellos en su
dignidad sacerdotal, y en virtud del sacramente do orden, a imagen de Cristo,
sumo y eterno sacerdote (cf. Eb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), son consagrados para
predicar el Evangelio, ser pastores de los fieles y celebrar el culto divino,
como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento" (LG, 28). Más
adelante, la Lumen Gentium dice que los presbíteros
"costituyen con su Obispo un sólo presbiterio, si bien destinado a oficios
distintos" y que en las comunidades a ellos confiadas, "hacen en
cierto modo presente al obispo, al que están unidos con corazón confidente y
generoso". Por lo tanto, que "los sacerdotes reconozcan en él a
su padre y le obedezcan con respetuoso amor. El Obispo, por su parte, considere
a los sacerdotes, como cooperadores suyos, como hijos y amigos" (cf. LG,
28).
El documento conciliar Christus Dominus habla
de la paternidad del Obispo, diciendo: "Todos los sacerdotes, tanto
diocesanos como religiosos, participan en unión con el Obispo, en el único
sacerdocio de Cristo y lo ejercitan con él; por lo tanto ellos son constituidos
como providenciales cooperadores del orden episcopal. […]. De esta manera ellos
constituyen un sólo presbiterio y una sola familia, de la que el obispo es como
el padre" (n.28).
El Concilio funda la paternidad
del obispo con respecto a sus presbíteros en una communio sacramentalis,
o sea, el fundamento es el Sacramento del Orden que el obispo ha recibido en la
plenitud, como sucesor de los apóstoles, y, después, de este su sacerdocio ha
hecho partícipes, "en grado subordinado" (PO,2), a otros hombres de
la comunidad, imponiéndoles las manos e invocando sobre ellos al Espíritu
Santo. Ellos son los presbíteros, de los cuales el Obispo es, por lo tanto,
como el padre. El obispo, dirigiéndose a sus presbíteros, puede exclamar con el
Apóstol Pablo a los corintios: "soy yo que los he generado" (1 Cor
4,15).
Vemos, de este modo, con mayor profundidad que
nuestra paternidad episcopal no es una simple actitud virtuoso o una elección
nuestra: es juntamente un don sacramental y un misterio de gracia en Cristo. Le
sigue que la paternidad espiscopal tiene que ver con todo el misterio
episcopal, según sus tres dimensiones de enseñar, santificar y gobernar,
dimensiones que participan del triple munus cultural, profético y regal del
Sumo Sacerdocio de Cristo, único mediador de las "inescrutables
riquezas" (Ef 3,8), para nuestra salvación.
El atributo de "padre" referido a los
obispos se encuentra ya en la patrística primitiva, especialmente a partir de
tercer siglo. El mártir San Ignacio de Antioquía dirigiéndose a las
comunidades cristianas primitivas, sobre la especial participación espiscopal a
la paternidad divina, escribe a los Tralliani: "De manera similar todos
respeten de manera semejante […] al Obispo que es la imagen del Padre"
(n.3); a los cristianos de Magnesia escribe: "He sabido que vuestros
santos presbíteros […], sabios en Dios, están sometidos a él (al Obispo);
verdaderamente, no a él, sino al Padre de Jesucristo que es el Obispo de todos
(n.3). A la comunidad de Smirna, escribe: "Sigan todos al Obispo, como
Jesucristo sigue al Padre" (n.8).
El Obispo, en el ejercicio de su ministerio de
padre y pastor, antes que nada en referencia a sus sacerdotes debe ser siempre
como aquel que sirve, teniendo ante sus ojos el ejemplo de Jesuscristo que vino
no para ser servido, sino para servir. El Señor, cuando lavó los pies de sus
discípulos, les dijo a ellos y a todos nosotros, obispos: "Les he dado el
ejemplo".(Jn 13,15).
El documento Christus Dominus, en
referencia a los presbíteros,recomienda a sus obispos que como padres"
estén dispuestos a escucharlos y a tratarlos con confianza y
benevolencia"; "demuestren el más premuroso interés por sus
condiciones espirituales, intelectuales y materiales, para que ellos,con una
vida santa y pía, puedan ejercitar su ministerio fiel y fructuosamente".
(n.16).
En la medida de lo posible,el Obispo debe abrir su
agenda a cada uno de los sacerdotes, cada uno tomado singularmente, en una
sincera búsqueda de colaboración y de crecimiento humano y espiritual. Crecerá
así en el Obispo el interés sincero para conocer verdaderamente la situación
concreta del sacerdote. Comenzará a valorar más correctamente las diversas
circunstancias en las cuales el sacerdote puede encontrarse: también su
soledad, su cansancio, los sufrimientos, el desaliento, la confusión, o bien,
positivamente, su celo pastoral, sus actividades apostólicas, sus iniciativas,
sus capacidades, sus aspiraciones y alegrías, como así también los frutos de su
trabajo sacerdotal.
Es necesario prestar atención al
peligro del acostumbramiento y del cansancio que los años de trabajo o las
dificultades pueden provocar […]. Que el Obispo estudie, caso por caso, el modo
de recuperación espiritual, intelectual y físico, que ayude a retomar el
ministerio con renovada energía". (Direttorio…dei Vescovi,
81).
Esto puede suceder cuando el
sacerdote se desgasta y se cansa por enfermedad o por fatiga moral. A
veces,puede suceder que llegue a un estado de abandono y de aburrimiento aquel
sacerdote que se preocupa solamente de la propia autorealización en el
ministerio, que de un servicio se convierte en carrerismo. Entonces, pueden
aflorar en el presbítero la soberbia, la indignación o la arrogancia.
Que el Obispo afronte siempre con
comprensión y benevolencia estas dificultades; más aún, que vaya en socorro de
los sacerdotes respecto de aquellas dificultades de orden humano y espiritual
con las que pueden enfrentarse en el ejercicio de su ministerio. Cuando se
pueda decir que el dolor y la alegría del sacerdote hacen parte del mismo
patrimonio interior del Obispo, no sólo él los amará sino, que por
cierto, será también amado por sus sacerdotes. El Obispo podrá exclamar
con san Pablo: "Quien es débil que
yo no sea débil? Quien padece escándalo y yo no arda?" (2 Cor
11,29).
En relación a esto, quisiera
recordar que la comprensión, la misericordia y el perdón son parte integrante
de la caridad de un Obispo que es padre. En la relación con sus presbíteros,la
misericordia, de manera particular, de3be ser considerada y vivida por el
Obispo bajo la luz de Cristo. De este modo los sacerdotes no estarán nunca solos.
Con respecto a los sacerdotes que son
lamentablemente a veces gravemente culpables también en el ámbito de la ley
civil, respecto de sus deberes sacerdotales y humanos, el Obispo debe antes que
nada ver, proveer y reconocer las heridas y los derechos lesionados de las
víctimas, en especial cuando se trata de menores y niños, como en el caso de la
pedofilia y otros abusos, que son delitos en la ley canónica y en la ley civil.
Conocemos la posición firme y lúcida de nuestro amado Papa Benedicto XVI en
relación a los sacerdotes pedófilos. En Australia, el Papa ha hablado de la "vergüenza
que todos hemos sentido luego de los abusos sexuales de menores por parte de
algunos sacerdotes y religiosos en esta Nación. Verdaderamente, estoy
profundamente disgustado por el dolor y el sufrimiento que las víctimas han
soportado y les aseguro que, como Pastor, yo también comparto su sufrimiento.
Estos crímenes horrendos que constituyen
una tan grave traición de la confianza, deben ser condenados de manera
iniquívoca. […] Las víctimas deben recibir compasión y cura, y los responsables
de estos males deber ser llevados frente a la justicia" (Homilía, 19 de
julio de 2008, durante la celebración eucarística con obispos, seminaristas,
novicios y novicias). Ya antes, en su viaje a los Estados Unidos, Benedicto
XVI había dicho: " Excluiremos rigurosamente a los pedófilos del sagrado
ministerio: es absolutamente incompatible y quien es verdaderamente culpable de
ser pedófilo no puede ser sacerdote. He aquí, que en este primer nivel podemos
hacer justicia y ayudar a las víctimas, que sufren una profunda prueba. Estos
son los dos aspectos de la justicia: uno es que los pedófilos no pueden ser
sacerdotes y el otro es ayudar de todas maneras posibles a las víctimas.
Además, está el plano pastoral. Las víctimas tendrán necesidad de curarse y de
ayuda y de asistencia y de reconciliación. Este es un gran compromiso pastoral
y yo sé que los Obispos y los sacerdotes y todos los católicos en los Estados
Unidos harán lo posible para ayudar, asistir, curar. (Entrevista de
Benedicto XVI a los periodistas en el avión, hacia USA, 15 de abril de 2008).
A este punto, me parece importante decir una palabra
sobre el celibato sacerdotal. Jesucristo ha elegido no casarse y vivir la
virginidad perfecta. Paolo VI, en la encíclica Sacerdotalis Caelibatus (Sac.Cael.)
(1967), explica: "Cristo permaneció durante toda la vida en el estado de
virginidad, que significa la total dedicación al servicio de Dios y de los
hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo
se refleja en aquellos que tienen la suerte de participar a la dignidad y a la
misión del Mediador y Sacerdote eterno, y tal participación será tanto más
perfecta, cuanto el sagrado ministerio sea más libre de vínculos de carne y de
sangre". (Sac.Cael.,21). La misma encíclica presenta tres razones
del celibato sacerdotal: su significado cristológico, el significado
eclesiológico y el escatológico.
Comienzo por el significado cristológico: Cristo
es novedad. Realiza una nueva creación. Su sacerdocio es nuevo. Cristo renueva
todas las cosas, Jesús, el Hijo unigénito del Padre, enviado al mundo, "se
hace hombre a fin que la humanidad, sujeta al pecado y a la muerte, fuera
regenerada y, mediante un nuevo nacimiento, entrase en el Reino de los cielos.
Consagrándose todo a la voluntad del Padre, Jesús cumplió mediante su
ministerio pascual esta nueva creación, introduciendo en el tiempo y en el
mundo una forma nueva, sublime, divina, de vida que transforma la misma
condición terrena de la humanidad" Sac.Cael.,19). El mismo
matrimonio natural, bendecido por Dios desde la creación,pero luego herido por
el pecado, fue renovado por Cristo, que "lo elevó a la dignidad de
sacramento y de misterioso signo de su unión con la Iglesia. […]- Cristo, Mediador
de un más excelente Testamento, ha abierto también un nuevo camino, en el
que la creatura humana, adhiriendo totalmente y directamente al Señor y
preocupada solamente de él y de sus cosas, manifiesta de manera clara y
completa la realidad profundamente innovadora del Nuevo Testamento" (Sac.Cael.,20).
Esta novedad, este nuevo camino, es la vida en
virginidad, que Jesús mismo ha vivido, en armonía con su tarea de mediador
entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. " En plena
armonía con esta misión, Cristo permaneció durante toda la vida en el estado de
virginidad, que significa la total dedicación al servicio de Dios y de los
hombres". (Sac.Cael.,21). Al servicio de Dios y de los hombres quiere decir
una amor total y sin reservas, que signó la vida de Jesús en medio de nosotros.
Es decir, virginidad por amor al Reino de Dios.
Cristo, llamando a sus sacerdotes a ser ministros
de la salvación, de la nueva creación, los llama a ser y vivir en novedad de
vida, unidos y semejantes a Él, en la forma más perfecta posible. De aquí, se origina el
don del celibato, como configuración más plena con el Señor Jesús y profecía de
la nueva creación. De este modo, llegamos al significado escatológico del
celibato, en cuanto es signo y profecía del reino definitivo de Dios en la
Parusía, cuando todos nosotros resucitaremos de la muerte. Como enseña el
Concilio Vaticano II, la Iglesia "de este Reino constituye en la tierra el
germen y el comienzo". (Lumen Gentium, 5). La virginidad vivida por amor
al Reino de Dios, constituye un signo particular de los "útimos
tiempos", de manera tal que el Señor ha anunciado que "en la
resurrección, de hecho no se tomará mujer ni marido,sino que se es como ángeles
de Dios en el cielo (Mt 23,30). En un mundo como el nuestro, mundo de
espectáculos y de fáciles placeres, profundamente fascinado por las cosas
terrenas, especialemten del progreso de la ciencia y de las tecnologías
–recordemos las ciencias biológicas y biotecnológicas- el anuncio de un más
allá, o sea, de un mundo futuro, de una parusía, como advenimiento definitiovo
de una nueva creación, es decisivo. Un tal anuncio libera de la ambiguedad de
las aporias, del barullo, de
las contradicciones, respecto a los verdaderos bienes y a los nuevos
conocimientos científicos que el progreso humano lleva consigo. La Sacerdotalis
Caelibatus afirma que: "La virginidad consagrada de lo sagrados
ministros manifiesta de hecho el amor virginal de Cristo por la Iglesia y la
virginal y sobrenatural fecundidad de este connubio"(Sac.Cael.,26). El sacerdote, semejante a Cristo
y en Cristo, se esposa con la Iglesia con un exclusivo amor. Así, dedicándose
totalmente a las cosas de Cristo y de su Cuerpo místico, el sacerdote adquiere
una amplia libertad espiritual para ponerse al servicio amoroso e integral de
todos los hombres, sin distinción. "Así el sacerdote, en la cotidiana
muerte a todo sí mismo, en la renuncia al amor legítimo de una familia propia
por amor a Cristo y a su reino, encuentra la gloria de una vida en Cristo
plenísima y fecunda, porque como Él y en Él, él ama y se da a todos los hijos
de Dios". (Sac.Cael.,30).
La encíclica egrega aún que el celibato aumenta la
idoneidad del sacerdote para la escucha de la palabra de Dios y para la
oración, y lo hace capaz de poner sobre el altar su entera vida, signada por el
sacrificio. A este punto, hemos llegado al ámbito de la espiritualidad
sacerdotal. La encíclica habla, por lo tanto, de los medios para ser fiel al
celibato. Entre otros, subraya la importancia de la formación espiritual del
sacerdote, llamado a ser "testigo del Absoluto". En este sentido son
absolutamente fundamentales tanto los años de la formación remota, vivida en
familia, cuanto sobre todo los años de la formación en el seminario,
verdadera escuela de amor, en la que, como comunidad apostólica, los jóvenes
seminaristas deben mantener una relación de intimidad con Jesús, en espera del
don del Espíritu Santo para el envío en misión. La espiritualidad del
sacerdote, en consecuencia, es un vivir íntimamente unido a Él, en una
relación de comunión interior que debe tomar la forma de amistad. La vida
del sacerdote, en el fondo, es una forma de vivir que sería inconcebible sin
Cristo. Justamente en esto consiste la fuerza de su testimonio: la virginidad
por el Reino de Dios es un dato real que Cristo ha vivido y hace posible. Será
capaz de ser testigo del Absoluto solamente quien tiene a Cristo como amigo y
Señor y así goza de su comunión. Por lo tanto la Sacerdotalis Caelibatus
dice: "El sacerdote se aplique antes que nada a cultivar con todo el amor,
que la gracia le inspira, su intimidad con Cristo, explorando el inagotable y
beatificante misterio; adquiera un sentido siempre más profundo del misterio de
la Iglesia, fuera del cual su estado de vida correría el riesgo de parecerle
inconsistente e incongruente (Sac.Cael.,75).
Además de la formación y del amor a Cristo, un
elemento esencial para vivir el celibato es la pasión por el reino de Dios, que
significa la capacidad de trabajar con diligencia y sin ahorrar esfuerzos a fin
que Cristo sea conocido, amado y seguido. Agregamos que el sacerdote para vivir
el celibato debe ser un hombre de oración, tanto comunitaria como personal. La
celebración cotidiana de la Eucaristía, la "Lectio divina", o
sea, la lectura orante de la Biblia, en especial de los Evangelios, el
Oficio divino de las Horas integral, la adoración eucarística, la confesión
frecuente, la relación dovota y afectuosa con María Santísima, el rezo del
Rosario, los ejercicios espirituales, son algunos medios y signos de un amor
que, si faltase, correría el riesgo de ser sustituido por sucedáneos, a veces
viles, es decir, la búsqueda de una vanidosa imagen personal exterior, la
carrera, el dinero, la sensualidad.
Esta materia del celibato sacerdotal es un campo
en el que la paternidad del Obispo debe comprometerse de manera especial
respecto de sus presbíteros. Es necesario renovar siempre en el sacerdote la
conciencia de las razones del celibato sacerdotal pedido por la Iglesia latina,
es decir, su significado cristológico, el significado eclesiológico y el
escatológico. La Iglesia enseña que el celibato es un don, un carisma, que Dios
concede a algunos de sus discípulos y discípulas, tanto para la vida
consagrada, como para la vida sacerdotal. La Iglesia latina requiere este
carisma en los candidatos al sacerdocio. Para ellos se trata también de una ley
canónica, pero en su naturaleza profunda debe ser reconocido como algo más que
una obligación canónica, son como un don de Dios que el Obispo sea capaz de
discernir en el candidato a los órdenes; contrariamente no lo debe ordenar.
Asimismo, la experiencia demuestra que hay algunos sacerdotes que luego llegan
a ser infieles al celibato.Tal vez porque nunca han recibido este carisma y en
el tiempo de la formación en el seminario ha habido un error en el
discernimiento. Ellos no deberían haber sido ordenados. Además, hay además
otros respecto de los cuales todo indica que habían recibido el carisma, pero
durante la vida sacerdotal, por diversos motivos y circunstancias, lo han
perdido.
La experiencia demuestra también que la perdida
del carisma del celibato sucede frecuentemente por falta de espiritualidad, que
lleva a un debilitamiento de la fe, hasta su pérdida y, así, a la pérdida del
verdadero sentido del celibato por amor del Reino de Dios. Por otra parte,
cuando analizamos la sociedad actual post-moderna y su cultura, y otras
culturas tradicionales en algunos países, debemos concluir que ellas no
favorecen la comprensión y el vivir en susentido profundo el celibato
sacerdotal. Más aún son adversas, cuando no lo ridiculizan. Todo esto muestra
la gran necesidad de ayudar a los presbíteros a entender el sentido de su
celibato y a vivirlo en el mundo actual. El Obispo, por lo tanto, debe
acompañar muy de cerca a sus presbíteros y ofrecerles la ayuda posible en este
ámbito.
En el Año Paulino, en
curso, conviene recordar el ejemplo de la relación paterna de Pablo con Timoteo
y Tito. Puede
servir de inspiración en la relación del Obispo con sus presbíteros. Pablo, en
la Primera Carta a Timoteo lo llama "mi verdadero hijo en la fe" (1Tim
1,2) y le dice: "Esta es la advertencia que te doy, hijo mío Timoteo,
de acuerdo con las profecías que han sido hechas respecto de ti, para que,
fundado en ellas, tu combatas la buena batalla con fe y buena conciencia"(1Tim
1, 18-19) "Tú, hombre de fe […], tiende a la justicia, a la piedad, a
la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre. Combate la buena batalla
de la fe, trata de alcanzar la vida eterna a la que has sido llamado, y por la
que has hecho tu bella profesión de fe delante de muchos testigos"(1Tim
6,11-12). En la Segunda Carta vuelve con emoción el corazón paterno de
Pablo con respecto a Timoteo, diciéndole:"Agradezco a Dios […],
recordándome siempre de ti en mis oraciones, noche y día; me vuelven a la
mente tus lágrimas y siento la nostalgia de volverte a ver para tener
plena alegría […].Por este motivo te recuerdo que reavives el don de Dios que
está en ti por la imposición de las manos. Dios de hecho no nos ha dado un
Espíritu de timidez, sino de fuerza, de amor, de sabiduría. No te avergüenses por lo
tanto del testimonio a rendir al Señor nuestro, ni de mí, que estoy en la
cárcel por Él; sino sufre también tú junto conmigo por el Evangelio, ayudado
por la fuerza de Dios"(2Tim 1,34; 6-8).
También a Tito llama "mi verdadero
hijo"(Tit 1,4) y le recomienda fervientemente: "Tú enseña lo
que es según la sana doctrina"(Tit, 2,1) "debes enseñar,
recomendar y reprender con toda autoridad. Que ninguno ose
despreciarte!" (Tit 2,15).
Estas expresiones paternas del apóstol Pablo
respecto a Timoteo y Tito nos ayudan a ver a nuestros sacerdotes como
verdaderos hijos, que de nosotros esperan el recuerdo cotidiano en la oración,
el ejemplo, el estímulo, el apoyo, la orientación segura y sabia, la
comprensión, el amor concreto.
Queridísimos Hermanos
Obispos, permítanme agregar aún, en modo sintético, algunos aspectos de la vida
y del ministerio de los presbíteros que merecerían una atención especial de los
Obispos. Antes
que nada, la espiritualidad de los presbíteros. Su importancia se basa en el
hecho que la vocación y el ministerio de los presbíteros se hacen comprensibles
solamente a partir de la fe en Jesucristo y de su misión en el mundo. Sólo en el horizonte de
Jesucristo encontramos la verdadera luz para entender al presbítero. Se trata
de una vocación y un ministerio nacidos de Jesucristo y esto significa
una participación en la misma misión salvadora de Cristo-Pastor. Así, estamos
verdaderamente en el misterio de Dios y de su proyecto de salvación de la
humanidad. Esto indica, desde el comienzo, la necesaria relación personal y
ministerial del presbítero con Jesucristo y su configuración siempre renovada a
Él, el Buen Pastor, mediante la obra del Espíritu. El siempre citado texto del Evangelio
de Marcos sobre la vocación de los Doce lo indica claramente. Allí se lee: "Jesús
subió al monte, llamó a sí a aquellos que él quiso y ellos fueron hacia él.
Constituyó Doce que estuviesen con él y también para mandarlos a predicar y
para que tuviesen el poder de echar a los demonios".(Mc 3,13-14. De esta
manera, el presbítero que ha sido hecho partícipe del ministerio apostólico,
está llamado a ser un especial discípulo del Señor: "Estar con Él". Este "estar" es
el nudo del discipulado y también de la espiritualidad del presbítero.
Todos sabemos que sin una profunda espiritualidad
ningún sacerdote será feliz en su vocación y misión: No encontrará un sentido
suficiente para ir adelante en su camino. Cuando consideramos, entonces, que
los sacerdotes deben vivir el celibato, entendemos aún más cuánto será
necesaria una espiritualidad profunda, sana, salda y adulta.
Otro aspecto de la vida y ministerio de los
presbíteros hoy siempre más subrayado, es su misionaridad. La Iglesia hoy es
fuertemente consciente de la urgencia misionera no sólo en el sentido de la
misión "ad gentes", sino también de la evangelización
específicamente misionera en los países donde la Iglesia está establecida desde
hace siglos.
Se trata de alcanzar de nuevo con la
predicación del kerigma cristiano a nuestros bautizados que por diversos
motivos se han alejado de la participación en la vida de la comunidad eclesial.
Alcanzarlos significaría alzarnos e ir hacia ellos, tratando de encontrarlos
donde viven o trabajan. Como dijo el papa Benedicto XVI a los Obispos
brasileños: "Es necesario, por lo tanto, encaminar la actividad apostólica
como una verdadera misión en el ámbito del grey constituido de la Iglesia
Católica […], promoviendo una evangelización metódica y capilar en vista de una
adhesión personal y comunitaria a Cristo. Se trata de hecho de no ahorrar
esfuerzos para ir en búsqueda de los católicos que se han alejado y de
aquellos que conocen poco o nada de Jesucristo […]En este esfuerzo
evangelizador, la comunidad eclesial se distingue por las iniciativas
pastorales, enviando sobre todo a las casas de las periferias urbanas y del
interior a sus misioneros, laicos o religiosos, tratando de dialogar con todos
en espíritu de comprensión y de delicada caridad. Asimismo, si las personas
encontradas viven en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas como
hacían las primeras comunidades cristianas, o practicando la solidaridad para
que se sientan verdaderamente amadas. La gente pobre de las periferias urbanas
o del campo tiene necesidad de sentir la cercanía de la Iglesia, tanto en la
ayuda para las necesidades más urgentes, como en la defensa de sus derechos y
en la promoción común de una sociedad fundada en la justicia y en la paz. Los
pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y el Obispo, formado
a imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento a ofrecer el
bálsamo divino de la fe, sin descuidar el "pan material". Como he
podio poner en evidencia en la Encíclica Deus caritas est, «la Iglesia no puede descuidar el
servicio de la caridad, así como no puede abandonar los Sacramentos y la
Palabra» (n. 22) (n.3). Es necesario no olvidar que sólo un buen discípulo será
también un buen misionero.
Frente a la urgencia misionera actual, la
Congregación para el Clero dedicará su próxima Asamblea Plenaria, en marzo
venidero, al tema de la misionariedad de los presbíteros.
Finalmente, insistiría sobre la formación
permanente de los presbíteros, que incluye también su formación espiritual: La
Iglesia no se cansa de insistir sobre la necesidad de la formación permanente
de los presbíteros. En el Directorio para el ministerio pastoral de los
obispos (2004), de la Congregación para los Obispos, se dice: " El
Obispo educará a los sacerdotes de toda edad y condición en el cumplimiento de
sus deber de formación permanente y proveerá a organizarla”; más adelante dice:
"El Obispo considere como elemento integrante y primario para la
formación permanente de los presbíteros los ejercicios espirituales anuales,
organizados en modo tal que sean para cada uno un tiempo de auténtico y
personal encuentro con Dios y una revisión de la propia vida personal y
ministerial" (n.83). La Pastores Gregis (2003), de Juan Pablo II,
afirma: "El afecto privilegiado del Obispo por sus sacerdotes se
manifiesta como acompañamiento paterno y fraterno en las etapas fundamentales
de su vida ministerial, a partir de los primeros pasos en el ministerio
pastoral. Fundamentalmente resta la formación permanente de los
presbíteros, que constituye para todos como una "vocación en la
vocación" porque, en sus diferentes y complementarias dimensiones, tiende
a ayudar al cura a ser y a actuar como cura según el estilo de Jesús"
(n.47(. Hoy,
más que nunca, la formación permanente es necesaria en cada sector de la
sociedad, tanto más en el ministerio sacerdotal tan empeñado en el transformar
en Cristo todas las realidades humanas, en el inculturar la fe y en el
evangelizar las diversas culturas. Conocer la realidad a evangelizar requiere un
constante ponerse al día cultural y teológicamente.
Concluyendo quiero congratularme con la Congregación
para las Evangelización de los Pueblos por la iniciativa de este seminario de aggiornamento
y agradezco a ustedes, queridísimos Hermanos Obispos, por la paciencia y la
atención. Ustedes
son padres de vuestros sacerdotes. Ellos los aman y los amarán aún más si
experimentan que son amados por ustedes. Este amor viene de Dios, es don del
Espíritu santo, y por eso debe ser pedido en la oración y vivido en la
fe. Que Dios los bendiga y los haga felices en vuestro importante y bello
ministerio episcopal. Muchos Augurios ! Gracias!
Roma, 13 de septiembre de 2008.
Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero