Sobre los malos pastores
Padre Carlos Buela, fundador del Instituto del Verbo
Encarnado
El profeta Ezequiel conmina a los malos pastores.
Una de las tentaciones más graves que le es dable
sufrir a los cristianos es ver el mal dentro de la Iglesia. No podría por tanto
Dios Nuestro Señor dejar de indicarnos cuál debe ser nuestra actitud frente a
este peligro. Por eso pertenece al depósito de la fe, a la revelación misma del
mismo Dios, contenida explícitamente en la Sagrada Biblia y comentada por los
Santos Doctores, los principios teológicos a que ha de echar mano el cristiano
para saber como obrar en esas circunstancias. El mal en la Iglesia es más
grave cuando parece encarnarse en algunos pastores, de ahí el tema reiterado de
los malos pastores, o sea quienes por razón de su oficio, pertenecen a la
jerarquía de la Iglesia, pero en rigor vale también para todos los hombres y
mujeres según sus responsabilidades: padres, artistas, maestros, jefes,
mayores, profesionales, autoridades públicas, periodistas, superiores, etc.
Por
pertenecer este tema a la misma revelación de Dios, no debe asombrarnos
demasiado que los medios escarben con fruición cualquier cosa que, según sus
criterios, puede manchar a la Iglesia, porque, en general, desconocen la
revelación de Dios ya que suelen estar al margen de la fe católica y porque
estiman que con el escándalo aumentan el el índice de audiencia o rating.
Por ejemplo, la revista “Isto´e”, brasileña, señalaba que había 1700
sacerdotes pederastas en Brasil y que la Santa Sede había mandado una comisión
para tratar el tema. La noticia corrió como reguero de pólvora por todos los
medios del mundo. A los pocos días llegó la pública desmentida, ni había ese
número de sacerdotes, ni comisión alguna[1].
Éstos mienten, porque saben que siempre algo queda.
El tema de los malos pastores es un aspecto del
problema del mal. Dios no crea, no causa, ni quiere el mal, porque el mal es
privación del ser debido. Sólo lo permite, porque respeta la libertad de
la criatura y porque Él es tan poderoso y tan sabio que puede sacar bien del
mal, como dijo José, el hebreo: «Aunque vosotros pensasteis hacerme daño,
Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo
numeroso. Así que no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros
pequeñuelos» (Gen 50,20-21), por eso «todo coopera para el bien de los
que aman a Dios» (Rom 8,28).
Está revelado que hay malos pastores, como recuerda
Santo Tomás de Aquino, muestra la excelencia de Cristo: “Nadie deja de ser
ministro de Cristo por ser malo; pues el Señor tiene siervos malos y buenos,
como Él mismo dice: «¿A quién tienes por siervo fiel y prudente?» (Mt
24,45); añadiendo a continuación: «Si dijere este mal siervo en su corazón»
(v. 48), etc. Y el Apóstol San Pablo: «Que nos tengan los hombres por
servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor
4,1); añadiendo después: «De nada soy consciente, pero no estoy justificado
en ello» (v. 4). Estaba cierto, por lo tanto, de ser ministro del Señor, y,
con todo, no lo estaba de ser justo.
Se puede, pues, ser ministro de Cristo sin ser justo. Esto
es prueba de la excelencia de Cristo, pues, como a verdadero Dios que es, le
sirve lo bueno y lo malo, pues todo lo ordena su providencia para su gloria… ”
[2].
1. … como hay pastores a quienes gusta oírse llamar
por tal nombre, y no quieren cumplir con los deberes que comporta, examinemos
lo que les dice Dios por medio del profeta Ezequiel. Escuchad vosotros con
atención; escuchemos nosotros, los pastores, con temblor.
I. Principio general: Los malos pastores sólo se
apacientan a sí mismos.
2. «La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos
términos: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel,
profetiza...» (Ez 34,1-2). El Buen Pastor nos ayudará a decir la verdad si
no decimos cosas de nuestra propia cosecha. Si dijéramos de lo nuestro,
seríamos pastores que nos apacentaríamos a nosotros mismos, y no a las ovejas.
Si, en cambio, son de Él las cosas que digamos, es Él quien nos alimenta, hable
quien hable. «Dirás a los pastores: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los
pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores
apacentar el rebaño?» (Ez 34,2). Es decir, los que son verdaderos
pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas. Este es el primer
motivo por el que son censurados estos pastores: se apacientan a sí
mismos, no a las ovejas. ¿Quiénes son los que se apacientan así mismos?
Aquellos de quienes dice el Apóstol: «Todos buscan sus intereses, no los
de Jesucristo» (Fil 2,21). Nosotros, a quienes el Señor nos
puso, porque así Él lo quiso, no por nuestros méritos, en este puesto del que
hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos
cristianos y que somos superiores vuestros –los fieles cristianos laicos-. El
ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser superiores es en el vuestro. En
el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia
utilidad; en el hecho de ser superiores, no se ha de pensar sino en la vuestra.
Son muchos los que, siendo cristianos, sin ser superiores, llegan hasta Dios,
quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que
llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de
ser cristianos, y según ello, hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida; somos
también superiores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio
(debemos dar cuenta de nuestro deber de estado)…
Puesto que los superiores están puestos para que
cuiden de aquellos a cuyo frente están, no deben buscar en el hecho de presidir
su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven; cualquiera que
sea superior en forma tal que se goce de serlo, busque su propio honor y mire
solamente sus comodidades, se apacienta a sí mismo y no a las ovejas...
II. ¿Qué aman los malos pastores?
a-Viven de la leche de las ovejas.
3. Veamos lo que la palabra divina, que a nadie
lisonjea, dice a los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas.
«Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis
sacrificado las ovejas más fuertes; no habéis apacentado el rebaño. No habéis
fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no
vendasteis a las que estaban fracturadas, no habéis hecho volver a las descarriadas,
no habéis buscado a las perdidas…Y ellas se han dispersado, por falta de
pastor» (Ez 34,4-5). Se recrimina a los pastores que se apacientan a
sí mismos y no a las ovejas, qué cosas aman y qué cosas descuidan. ¿Qué aman? Tomáis
su leche, os cubrís con sus lanas. “El obrero merece su salario” (Mt
10,10), el pastor tiene derecho a ello: “quién sirve al altar viva del altar”
(1 Cor 9,13), pero no debe pastorear sólo por eso. Por razón de que tiene
derecho dice el Apóstol: « ¿Quién planta una viña y no come de su fruto?
¿Quién apacienta una grey y no se alimenta de la leche? » (1 Cor 9,7). Pensamos
que la leche de la grey es todo lo que el pueblo de Dios dona a sus superiores
para sustentar esta vida temporal…
5. Quienes no pueden hacer lo que hizo Pablo, trabajar
con sus manos, acepten la leche de las ovejas, socorran su necesidad, pero no
descuiden las ovejas en su debilidad. No busquen, por lo tanto, su comodidad;
pudiera parecer que anuncian el Evangelio para hacer frente a su penuria y no
por amor a Dios y a las ovejas. Preparen para los hombres, que deben ser
iluminados, la luz de la palabra de la verdad. Los pastores son como lámparas
que deben iluminar… y si no iluminan son malos pastores.
Es una necesidad para algunos pastores el aceptar
aquello con que se vive, y para otros pastores es de caridad darlo. No se
trata de hacer venal al Evangelio, como si él fuera el precio de aquello que
consumen quienes lo anuncian para tener con qué vivir. Si lo venden de esta
forma, cambian una cosa excelente por otra vil. Reciban del pueblo lo necesario
para el sustento y del Señor la recompensa de su servicio. El pueblo no está
capacitado para dar la recompensa a aquellos que le sirven por amor del
Evangelio. No esperen los unos –los pastores- la recompensa sino de donde
esperan los otros –los fieles- la salvación; es decir, de Dios. ¿Qué se les
reprocha a éstos? ¿De qué se les acusa? De haber descuidado a las ovejas,
mientras se alimentaban de su leche y se cubrían con sus lanas. Buscaban, por
lo tanto, sus intereses, no los de Jesucristo.
b-Se visten de su lana.
6. Puesto que hemos dicho ya qué significa el
alimentarse con la leche, investiguemos ahora el significado de cubrirse con
sus lanas. Quien da leche ofrece un alimento; y quien da lana concede un honor.
Son éstas las dos cosas que esperan obtener del pueblo quienes se
apacientan a sí mismos, no a las ovejas: la comodidad para hacer frente a la
necesidad y el favor del honor y de la alabanza. He aquí por qué puede
bien entenderse el vestido como honor: cubre la desnudez. Todo hombre es un
enfermo. Y cualquiera que está al frente de vosotros, ¿qué es sino lo mismo que
vosotros? Lleva el peso de la carne, es mortal, come, duerme, se levanta;
nació, morirá. Si piensas lo que es en sí mismo, verás que es un hombre. Tú,
honrándolo como un ángel, en cierto modo cubres lo que está enfermo.
7. Ved qué vestidos había recibido el mismo Pablo del
buen pueblo de Dios cuando decía: «Me recibisteis como a un ángel. Os
manifiesto mi convencimiento de que, si hubiese sido posible, os hubieseis
sacado vuestros ojos y me los hubieseis dado a mí» (Gal 4, 14-15).
Pero, a pesar de habérsele concedido tan grande honor, ¿acaso por este mismo
honor se abstuvo de corregir a los que erraban, para que no se lo negasen o le
alabasen menos si los reprendía? Si hubiese hecho esto, sería de aquellos que
se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Diría para sí mismo: «¿A mí qué me
importa? Cada cual haga lo que quiera; mi garbanzo está seguro; mi honor,
también. Tengo suficiente leche y lana; vaya cada cual por donde pueda». Según
esto, ¿crees que todo está bien si cada cual va por donde puede? No te hago
superior, sino uno más del pueblo: «Si sufre un miembro, sufren con él los
restantes» (1 Cor 12,26). Por esto el mismo Apóstol, al recordarles
cómo se habían comportado con él, da a entender que no se había olvidado del
honor que le habían tributado: manifiesta su convencimiento de que le
recibieron como a un ángel y que, si les hubiese sido posible, hubiesen querido
sacarse los ojos y dárselos. Y, sin embargo, se acercó a la oveja enferma, a la
apestada, para sajarle la herida y no disimular la podredumbre. «¿Acaso,
les dice, me he convertido en enemigo vuestro por predicaros la verdad?» (Gal
4,14-16). He aquí que recibió la leche de las ovejas y se vistió con su lana;
y, con todo, no descuidó a las ovejas. No buscaba sus intereses, sino los de
Jesucristo.
c- Por razón de sus malos amores, los malos pastores
predican el abuso de la misericordia pensando que eso atraerá a más
feligreses
8. Lejos, pues, de nosotros, el deciros: «Vivid como
queráis, estad seguros, Dios no pierde a nadie; basta con que tengáis la fe
cristiana. No pierde Él lo que redimió, no pierde a aquellos por quienes
derramó su sangre. Y si quisiereis deleitar vuestro ánimo con los espectáculos
públicos, id tranquilos. ¿Qué tienen de malo? Id, celebrad tranquilos también
esta fiesta, de que participa toda la ciudad, entre la alegría de los
comensales y de los que creen que se alegran con los festines públicos, cuando
en realidad se pierden. La misericordia de Dios es grande y todo lo perdona.
Coronaos de rosas antes de que se marchiten. En la casa de vuestro Dios
celebraréis convites cuando queráis; saturaos y llenaos de vino en compañía de
los vuestros. Para esto se os han dado estas criaturas, para que disfrutéis de
ellas. Dios no las dio a los paganos y malvados, y os privó de ellas a
vosotros». Si aconsejáramos todo esto, quizá reuniríamos mayores multitudes.
Quizá hay algunos que, al escucharnos decir esto, piensan que no hablamos
sabiamente; podrían ser pocos a quienes ofendemos, y nos congraciaríamos con la
muchedumbre. Si dijéramos esto, no proclamando la palabra de Dios, no la de
Jesucristo, sino la nuestra propia, seríamos pastores que se apacientan a sí
mismos, no a las ovejas. Porque no alcanzará misericordia, quien abusa de la
misericordia.
III. Lo que descuidan estos pastores:
a- Matan a las ovejas fuertes.
9. Después de haber dicho lo que aman estos pastores,
dice el profeta Ezequiel, también, lo que descuidan. Los vicios de las ovejas
están a la vista. Las ovejas sanas y fuertes, es decir, las que se mantienen
firmes en el alimento de la verdad y usan bien de los pastos, don del Señor,
son poquísimas. Pero aquellos malos pastores no perdonan ni a éstas. Les parece
poco el no preocuparse de las enfermas, débiles, descarriadas y perdidas. Matan
también a estas fuertes y robustas, en cuanto depende de ellos. Pero éstas
viven. Viven por la misericordia de Dios. Con todo, en cuanto respecta a los
malos pastores, les dan muerte. «¿Cómo, dices, les dan muerte?» Viviendo
mal, dándoles mal ejemplo. ¿O acaso se dijo en vano a un siervo de
Dios, eminente entre los miembros del supremo pastor: «Sé para todos dechado
de buenas obras» (Tit 2,7) y: «Sé un modelo para los fieles» (1Tim
4,12)? Cuando una oveja, aunque sea de las fuertes, ve frecuentemente a su
superior que vive mal, aparta los ojos de las normas del Señor y mira al
hombre, comienza a decir en su corazón: «Si mi superior vive de esta forma,
¿quién soy yo para no hacer lo que él hace?» (De aquí el dicho: Si el abad
juega a los naipes, ¿qué le queda a los frailes?). Y así, el mal pastor, por
sus malos ejemplos, da muerte a la oveja robusta. Si, pues, da muerte a la
oveja fuerte, ¿qué hará con las otras, él, que con su mala vida dio muerte a la
que él no había robustecido, sino que la había encontrado ya fuerte y robusta?
Segundo principio: «Haced lo que os digan, pero no
hagáis lo que ellos hacen»
Digo y repito a vuestra caridad que, aunque las ovejas
vivan, aunque se mantengan firmes en la palabra del Señor y cumplan lo que
oyeron del mismo Señor: «Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos
hacen» (Mt 23,3), aun en ese caso, quien en presencia del pueblo vive mal,
en cuanto de él depende da muerte a aquel que le ve. No se lisonjee pensando
que aquél no está muerto. Aunque el otro viva, él es un homicida. Sucede lo
mismo que cuando un lascivo mira a una mujer deseándola: ésta se mantiene
casta, pero él ya fornicó en su corazón. La palabra del Señor es verdadera y
clara: «Quien mire a una mujer deseándola, ya fornicó con ella en su
corazón» (Mt 5,28). No llegó al lecho de ella, pero ya se solaza en el suyo
interior. Del mismo modo, quien vive malamente en presencia de aquellos a cuyo
frente está, en cuanto de él depende, da muerte también a los fuertes. Quien le
imita, muere; quien no le imita, sigue viviendo. Sin embargo, en cuanto depende
del mal pastor, ha dado muerte a quien le imita y a quien no le imita: «Disteis
muerte, dijo, a la que estaba fuerte y no apacentáis mis ovejas».
¡Cuántas veces, aún sin darnos cuenta, habremos sido
causa, por nuestros malos ejemplos, de la muerte de ovejas buenas! Estimo que
esa debe ser una de las razones principales por las que no se escucha predicar
sobre los pastores malos. Por eso debemos tratar de poner en práctica la
enseñanza de San Gregorio Magno: «Hijo de hombre, te he puesto como
atalaya en la casa de Israel (Ez 3,17). Fijémonos cómo el Señor
compara a sus predicadores con un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar
alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto
como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a
fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.
Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para
mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi
conducta están a la altura de mi misión.
Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi
negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del
Juez piadoso. …¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy
situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún
en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante
poderoso para darme a mi, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de
palabra, ya que por su amor, cuando hablo de Él, ni a mi mismo me perdono»[3].
b- No fortalecen
a las débiles.
10. Ya oiste qué aman. Ved qué descuidan. «No
habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no
vendasteis a las que estaban fracturadas, no habéis hecho volver a las
descarriadas, no habéis buscado a las perdidas …acabasteis con la que estaba
fuerte», le disteis muerte, la matasteis.
¿Cuál es la oveja débil? Débil postura tiene la
oveja cuando no cree en las tentaciones que le van a sobrevenir. Si el
enfermo adopta esa débil postura, el pastor negligente no le dice: «Hijo, al
disponerte a servir a Dios, mantente en la justicia y en el temor, y prepara tu
alma para la tentación» (Eclo 2,1). Quien esto dice conforta al
débil, y de débil le hace firme, para que cuando crea, no espere nada de la
prosperidad de este mundo. Si se le enseña a esperar la prosperidad de este
mundo, con la misma prosperidad se corrompe; al llegar las adversidades se
debilita, o tal vez se extingue. Quien así edifica, no edifica sobre piedra,
sino sobre arena. «La piedra era Cristo» (1 Cor 10,4). Los cristianos
han de imitar los padecimientos de Cristo, no han de buscar placeres. Se
fortalece al débil cuando se le dice: «Espera ciertamente las tentaciones de
este mundo; pero de todas te librará el Señor si tu corazón no se retira de él.
Pues para confortar tu corazón vino él a sufrir, a morir, a llenarse de
salivazos, a ser coronado de espinas, a recibir insultos y, por último, a ser
clavado en un madero. Todo esto hizo él por ti; tu nada haces por él, sino por
ti».
11. ¿Cómo decir qué son aquellos que, temiendo herir a
los que hablan, no sólo no les preparan para las tentaciones inminentes, sino
que hasta les prometen la felicidad de este mundo, que Dios no prometió ni al
mismo mundo? Dios predice que han de venir fatigas sobre fatigas al mismo mundo
hasta el fin, ¿y tú quieres que el cristiano esté exento de ellas? Por el hecho
de ser cristiano, ha de sufrir en este mundo todavía un poco más. Así dice el
Apóstol: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán
persecución» (2 Tim 3,19). Si quieres, ¡oh pastor que buscas tus intereses,
no los de Jesucristo!, mientras Él dice: «Todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo sufrirán persecución», tú di: Si quieres vivir
piadosamente en Cristo, serán abundantes todos tus bienes; y si no tienes
hijos, los tendrás, y los criarás y ninguno se te morirá. ¿Acaso esto no sería
edificación tuya? Presta atención a lo que construyes y dónde lo pones. Estás
edificando sobre la arena. Llegará la lluvia, se desbordará el río, soplarán
los vientos, abatirá esta casa, caerá, y su ruina será grande. Quítala de la
arena; ponla sobre la piedra: esté sobre Cristo quien quieres que sea
cristiano. Ponga su atención en los sufrimientos inmerecidos de Cristo; mire a
aquel que no tuvo pecado alguno y restituyó sin haber robado; escuche a la
Escritura que le dice: «Azota a todo hijo que recibe» (Heb 12,6). O
prepárese para ser azotado o no busque ser recibido como hijo.
Él azota, dijo, a todo hijo a quien ama. Y tú le
dices: «Tal vez serás una excepción». Si quieres ser exceptuado del dolor de
los azotes, serás exceptuado también del número de los hijos. « ¿Es cierto,
dirás tú, que azota a todo hijo? » Cierto que azota a todos, como azotó a su
Hijo único. Aquel Hijo único, nacido de la sustancia del Padre, igual al Padre
en la forma de Dios, el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, no tenía
donde ser azotado. Con este fin se revistió de carne, para no escapar al azote.
Quien, pues, azota al Hijo único sin pecado, ¿dejará libre del azote al hijo
adoptado y con pecado?...
12. Para que el débil no desfallezca en las
tentaciones futuras, no ha de ser engañado con una falsa esperanza ni
quebrantado con el terror. Dile: «Prepara tu alma para la tentación».
Quizá comienza a vacilar, a asustarse, a no querer acercarse. Tienes el
remedio: «Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que
podéis soportar» (1 Cor 10,13). (Siempre será verdad que: <Faciente
quod est in se, Deus non denegat gratiam>[4],
o sea, haciendo lo que hay que hacer, Dios no niega la gracia). Esa ha sido la
experiencia de San Pablo: <Y por eso, para que no me engría con la
sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel
de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces
rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: « Mi gracia te basta, que
mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza ». Por tanto, con sumo gusto
seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la
fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en
las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo;
pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte> (2 Cor 12,
7-10). En esas dos cosas consiste el fortalecer al débil: prometerle la
asistencia de Dios y anunciarle los sufrimientos futuros.
c- No vendan las fracturadas.
Prometer la misericordia de Dios a quien está
demasiado temeroso, y hasta asustado de ello; misericordia que consistirá no en
que le falten las tentaciones, sino en que Dios no permitirá que él sea tentado
por encima de sus fuerzas; eso es vendar lo que está roto. Porque
hay algunos que, al oír anunciadas las tribulaciones futuras, se arman más y,
en cierto modo, estimulan su sed de beberlas: les parece pobre la medicina de
los fieles y buscan la gloria de los mártires. Otros, en cambio, oyen que han
de venir necesariamente tentaciones, que en verdad conviene que sobrevengan al
cristiano; no las siente nadie sino quien verdaderamente quiere ser cristiano;
pero, al acercarse éstas, se quiebran y claudican. Ofrece la venda del
consuelo; venda lo que está quebrado. Di: «No temas; no te abandonará
en medio de las tentaciones aquel en quien creíste. «Fiel es Dios, que no
permitirá que seas tentado por encima de lo que puedes soportar» (1 Cor
10,13). No escuchas esto de mi boca; es palabra del Apóstol, quien
también dice: «¿Queréis tener una prueba de que en mí habla Cristo?» (2
Cor 13,3). Cuando oyes estas cosas, las oyes de la boca de Cristo, las oyes de
la boca de aquel pastor que apacienta a Israel. A Él se dijo: «Nos darás a
beber lágrimas con medida» (Sal 79,6). Las palabras del Apóstol: «No
permitirá que seáis tentados por encima de lo que podéis soportar»
concuerdan con aquellas del salmista profeta: «Con medida». Oirán los
malos pastores que no hacen esto o lo realizan negligentemente: « No habéis
fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a las enfermas, no vendasteis
a las que estaban fracturadas». ¿Se halla alguien quebrado por el terror de
las tentaciones? Llegue a él aquella consolación con la que se venda lo que
está fracturado: «Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por
encima de lo que podéis soportar, sino que con la tentación dispondrá también
el éxito para que podáis resistirla» (1 Cor 10,13).
¡Tú, Señor, no abandonas al que corrige y al que
exhorta, al que atemoriza y consuela, al que hiere y sana!
d- No cuidan a las enfermas.
13. «No habéis fortalecido a las ovejas débiles… no
habéis cuidado a las enfermas» …Lo dice a los pastores malos, a los
pastores falsos, a los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo; a
quienes se gozan de la comodidad que les dan la leche y la lana, descuidando por
completo las ovejas y no robusteciendo la que se encontraba enferma. Hay
diferencia entre el débil y el enfermo, aunque decimos que los enfermos están
débiles. Opino que debemos poner una diferencia entre el débil y el enfermo,
esto es, el que no se encuentra bien… En el débil ha de temerse que venga la
tentación y le quebrante. El enfermo, en cambio, sufre ya a causa de algún mal
deseo, y este mismo deseo le impide entrar por el camino de Dios y someterse al
yugo de Cristo. Fíjate en aquellos hombres que quieren vivir rectamente, que se
han determinado a vivir de esta forma y que, sin embargo, no están tan
dispuestos a soportar los males como preparados para realizar el bien.
Pertenece a la firmeza cristiana no sólo obrar el bien, sino también tolerar el
mal. Quienes parecen enfervorizarse en obrar el bien, pero no quieren o no
pueden tolerar los sufrimientos inminentes, son los débiles. Quienes por
un mal deseo, siendo amantes del mundo, se retraen de las buenas obras, yacen
enfermos y lánguidos; éstos, por su misma enfermedad, como hallándose sin
fuerza alguna, no pueden obrar bien alguno. Tal fue en el alma aquel
paralítico: los que le llevaban, no pudiendo presentarlo al Señor, abrieron el
techo y por él lo hicieron entrar. Es como si quisieras hacer esto con el alma:
abrir el techo y poner ante el Señor el alma paralítica, descoyuntada en todos
sus miembros y sin obra buena alguna, cargada con sus pecados y sufriendo con
el mal de su deseo. Quizá están descoyuntados todos los miembros y padeces una
parálisis interior y no puedes llegar al médico; tal vez se oculta el médico y
está dentro, es decir, quizá está oculto el auténtico sentido de la Escritura;
abre el techo y baja al paralítico, descubriendo lo que está oculto.
e- No buscan a las descarriadas y extraviadas.
14. …He aquí cómo nos encontramos en peligro entre los
herejes. «La que estaba descarriada no la recogisteis; la que estaba perdida
no la buscasteis». A causa de ellos nos hallamos siempre en manos de
ladrones y dientes de lobos enfurecidos; te rogamos que ores por estos peligros
nuestros. Hay también ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando
descarriadas, dicen en su error y para su perdición, que nada tienen que ver
con nosotros. «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?» Como si la causa
por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se
hallan en el error y se pierden. «Si me hallo, dices, en el error, si estoy
perdido, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me buscas?» Porque estás en el error te
quiero llamar de nuevo; porque te has perdido, y quiero hallarte. «Así, me
dice, quiero errar; de este modo quiero perderme». ¿Quieres errar así y así
perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo! Me atrevo a decir aún
que soy inoportuno. Escucho al Apóstol que dice: «Predica la palabra,
insiste a tiempo y a destiempo» (2 Tim 4,2). ¿A quiénes a tiempo? ¿A
quiénes a destiempo? A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que
no quieren. Es cierto que soy inoportuno y me atrevo a decir: Tú quieres errar,
tú quieres perderte; yo no quiero. En última instancia, no quiere aquel que me
atemoriza: ¡Yahvé Dios! Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me
increpa: «La que estaba descarriada no la recondujisteis y la que estaba
perdida no la buscasteis». ¿Tengo que temerte a ti más que a él? «Conviene
que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo» (2 Cor 5,10). No
te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo y constituir el
tribunal de los relativistas. Llamaré a la oveja extraviada, buscaré la
perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al buscarla, me desgarren las
zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean;
derribaré todas las vallas; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me
dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que se
pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te
pierdas.
f- Si no se
buscan las descarriadas, pueden perderse las fuertes.
15. Es poco decir que me duele verte extraviado y
pereciendo. Temo que, despreocupándome de ti, dé muerte también a la que está
fuerte. Escucha lo que sigue: «Acabasteis con la que estaba fuerte». Si
me despreocupo del extraviado y del perdido, también a quien es fuerte le
gustará extraviarse y perderse. Deseo ganancias exteriores, pero temo más los
daños interiores. Si me mostrase indiferente ante tu extravío, al ver esto el
que es fuerte pensará que es cosa sin importancia el pasarse a la herejía. Si
no te busco a ti, que te has perdido, cuando apareciere alguna comodidad en el
mundo que justifique el cambio, inmediatamente me dirá aquel fuerte que está a
punto de perderse: «Dios está aquí y allá; ¿qué más da? Esto es obra de hombres
pendencieros; Dios ha de ser adorado en todo lugar». Si por casualidad a aquel
le dijere algún progresista: «No te daré mi hija si no te pasas a mi partido»,
es necesario que él reflexione y diga: «Si nada tuviese de malo pertenecer al
partido de éstos, nuestros pastores no dirían tantas cosas contra ellos, no se
preocuparían tanto de sus extravíos». Si, por el contrario, dejamos de hacerlo
y nos callamos, dirá lo contrario: «Ciertamente, si fuese cosa mala pertenecer
al partido de los progresistas, hablarían contra ellos, los refutarían, se
esforzarían por ganarlos. Si están extraviados, los reconducirían; si están
perdidos, los buscarán». No en vano, pues, después de haber dicho antes: «la
que estaba gruesa la matasteis», puso otra vez al final: «acabasteis con
la que estaba fuerte». Sería una frase repetida, a no ser que corresponda a
lo antes dicho: «La que estaba extraviada no la recondujisteis y la que
estaba perdida no la buscasteis; y, así obrando, la que está fuerte, la
matasteis».
¿No será, acaso, mal pastor, quien carezca por
completo de celo por el verdadero ecumenismo y por el diálogo
interreligioso?
IV. ¿Cuál es el ‘fruto’ de los malos pastores?
16. Por lo tanto, escucha lo
que dice a continuación acerca de estos pastores negligentes, más aún, malos: «…y
así andan perdidas mis ovejas por falta de pastor, se han convertido en presa
de todas las fieras del campo; andan dispersas» (Ez 34,5). Los lobos
al acecho las roban, las arrebatan los leones rugientes, cuando las ovejas no
están unidas a su pastor. Aunque el pastor esté presente, para quienes obran
mal no es pastor. Se adhieren a pastores que no son pastores, que se apacientan
a sí mismos, no a las ovejas. La consecuencia es un extravío fatal: se entregan
a bestias depredadoras que desean saciarse con su muerte. Tales son quienes se
alegran de los extravíos ajenos: son bestias que se alimentan de los
muertos.
17. «Mi rebaño anda errante por todos los montes y
altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra,
sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca» (Ez 34,6). Las
bestias que proceden de los montes y colinas son la hinchazón terrena y
la soberbia del mundo... Cualquier autor de un error, hinchándose con
soberbia terrena, promete a todas las ovejas un descanso, buenos pastos. Y, es
cierto, a veces encuentran allí las ovejas pastos que tienen su origen en la
lluvia divina, no en la dureza del monte. También ellos tienen Escrituras,
también sacramentos. No pertenecen estas cosas al monte, y aunque se encuentren
en él, es malo permanecer en él. Extraviados por montes y colinas, abandonan el
rebaño, abandonan la unidad y los cuadros defendidos contra lobos y leones. Que
Dios las llame para que salgan de allí, que él mismo las llame. Ahora mismo le
oiréis llamar: «Se extraviaron, dice, mis ovejas por todo monte y
elevada colina», es decir, por toda la hinchazón de la soberbia terrena.
Hay también montes buenos: «Levanté mis ojos a los montes, de donde me
vendrá el auxilio». Pero fíjate que tu esperanza no está en los montes: «Mi
auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,1-2).
No creas que haces una ofensa a los montes santos cuando dices: «Mi auxilio
me viene, no de los montes, sino del Señor, que hizo el cielo y la
tierra». Esto te lo gritan también los mismos montes. Monte era quien
clamaba: «He oído que hay cismas entre vosotros, y que cada uno de vosotros
dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo». Levanta los
ojos hacia este monte, escucha lo que dice, pero no te quedes en él. Escucha lo
que dice a continuación: «¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros?»
(1Cor 1,11-13). Por lo tanto, después de haber levantado los ojos a los montes,
de los que te llega el auxilio, es decir, a los autores de las Escrituras
divinas, fija tu atención en quien, con todas sus fuerzas, con todos sus
huesos, clama: «Señor, ¿quién es semejante a ti?» (Sal 34,10).Y así
podrás decir con tranquilidad, sin causar ofensa alguna a los montes, «mi
auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Entonces no
sólo no se enojarán contigo los montes, sino que te amarán y te favorecerán
más; si pusieras en ellos tu esperanza, se entristecerán. Un ángel que mostraba
al hombre muchas cosas divinas y maravillosas, fue adorado por éste, como
elevando los ojos hacia el monte. Pero él, orientándolo hacia Dios, dice: «No
hagas esto; adórale a él, pues yo soy siervo como tú y tus hermanos» (Ap
22,9).
18. «Se dispersaron por todo monte, por toda colina
y por toda la faz de la tierra». ¿Qué significa se dispersaron por toda la
faz de la tierra? Buscando todo lo terreno, aman lo que brilla en la faz
de la tierra; por ello suspiran. No quieren morir, de modo que su vida se
esconda en Cristo. Sobre toda la faz de la tierra, es decir, con el amor de las
cosas terrenas; significa también que hay ovejas extraviadas en toda la faz de
la tierra. No todos los herejes se hallan en toda la tierra, pero en
toda ella hay herejes. Unos aquí, otros allí, pero en ningún lugar faltan. Ni
ellos mismos se conocen. Se hallan en diversos lugares. A todos los ha
engendrado una única madre, la soberbia, del mismo modo que una única madre
nuestra, la Católica, ha engendrado a los fieles cristianos extendidos por todo
el orbe. Nada de extraño es que la soberbia produzca división, y la caridad,
unidad. Con todo, la misma madre Católica, y en ella el pastor mismo, busca por
todos los lugares a los extraviados, conforta a los débiles, cura a los
enfermos, venda a los quebrados; a los unos los libra de éstos, a los otros de
aquéllos, que resultan desconocidos entre sí. Ella, sin embargo, los conoce a
todos, porque con todos está mezclada... Ella es como la vid que al crecer se
extiende por todas las partes; aquellos, como los sarmientos inútiles, cortados
con la podadera del agricultor a causa de su esterilidad, para que la vid sea
podada, no para ser cortada. Los sarmientos permanecieron allí donde fueron
cortados. La vid, por el contrario, crece por todos los lugares y conoce sus
sarmientos, los que permanecieron en ella, y tiene junto a sí a los que de ella
fueron cortados. Reconduce a los extraviados, ya que, refiriéndose a las ramas
cortadas, también dice el Apóstol: «Poderoso es Dios para injertarlos de
nuevo» (Rom 11,23). Tanto si piensas en las ovejas extraviadas del rebaño
como si piensas en los troncos cortados de la vid, Dios es capaz de reconducir
al rebaño las ovejas y de injertar de nuevo los troncos, porque él es el
supremo pastor, el verdadero agricultor.
V. Dios quita las ovejas a los pastores malos.
19. «Por lo tanto, pastores, escuchad la palabra
del Señor: Vivo yo, dice el Señor Dios» (Ez 34,7-8). Ved cómo
comienza. Estas palabras son como un juramento de Dios, un testimonio de su
vida. Vivo yo, dice el Señor. Murieron los pastores, pero las
ovejas están seguras; vive el Señor. Vivo yo, dice el Señor Dios. ¿Qué
pastores han muerto? Los malos pastores. Los que buscan sus intereses, no
los de Jesucristo. ¿Habrá y se encontrarán pastores que no busquen sus
intereses, sino los de Jesucristo? Los habrá, y se les encontrará; ni faltan ni
faltarán. Veamos qué dice el Señor cuando jura que É1 vive; quizá diga que ha
de quitar las ovejas a los pastores malos, que se apacientan a sí mismos y no a
las ovejas, y se las dará a los pastores buenos, que apacientan las ovejas y no
a sí mismos. « Por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh: Por mi
vida, oráculo del Señor Yahveh, lo juro: Porque mi rebaño ha sido expuesto al
pillaje y se ha hecho pasto de todas las fieras del campo por falta de pastor,
porque mis pastores no se ocupan de mi rebaño, porque ellos, los pastores, se
apacientan a sí mismos y no apacientan mi rebaño; por eso, pastores,
escuchad la palabra de Yahveh» (Ez 34, 7-10). De nuevo habla al
pastor; antes y ahora. No dice: ‘porque no hay pastores’. Para tales ovejas,
que andan extraviadas para su mal y para su mal perdidas, no hay pastor; y si
está presente, puesto que al estar presente hay luz, no es luz para los ciegos.
«Y no buscaron los pastores mis ovejas; se alimentaron a sí mismos y no a
mis ovejas».
20. «Por esto, pastores, escuchad la palabra del
Señor. ¿Qué pastores? Los malos pastores. Aquí estoy yo contra los
pastores: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentar mi
rebaño. Así los pastores no volverán a apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré
mis ovejas de su boca, y no serán más su presa» (Ez 34,10). Escuchad
y aprended ovejas de Dios. Dios reclama sus ovejas de los pastores, y reclama
su muerte de las manos de ellos. En otro lugar dice por el mismo profeta: «Cuando
yo diga al malvado: 'Vas a morir', si tú no le adviertes, si no hablas para
advertir al malvado que abandone su mala conducta, a fin de que viva, él, el
malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.
Si por el contrario adviertes al malvado y él no
se aparta de su maldad y de su mala conducta, morirá él por su culpa, pero tú
habrás salvado tu vida.
Cuando el justo se aparte de su justicia para cometer
injusticia, yo pondré un obstáculo ante él y morirá; por no haberle advertido
tú, morirá él por su pecado y no se recordará la justicia que había practicado,
pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti.
Si por el contrario adviertes al justo que no peque, y
él no peca, vivirá él por haber sido advertido, y tú habrás salvado tu vida» (Ez 3,18-20). ¿Qué es esto,
hermanos? Veis cuán peligroso es callar. Muere el pecador y muere justamente;
muere por su impiedad y su pecado; la negligencia del pastor le dio muerte.
Hubiera podido encontrar un pastor viviente que le dijera: Vivo yo, dice el
Señor; pero halló uno negligente; aunque era superior y centinela para dar
el aviso, no avisó; el uno muere justamente; y el otro, justamente también, es
condenado. Si, por el contrario, así dice el Señor, si al malvado a quien yo he
amenazado con la espada le dijeras «vas a morir», pero él se despreocupase de
evitar la espada inminente, y llegase ésta y le diese muerte, él morirá a causa
de su pecado, pero tú libraste tu vida. Por esto mismo, a nosotros nos
corresponde no callar; a vosotros, fieles cristianos laicos, en cambio, os toca
escuchar, aun cuando nosotros callemos, las palabras del pastor en las Santas
Escrituras.
VI. ¿Cómo les quita las ovejas a los malos pastores?
21. … Veo que, efectivamente, quita las ovejas a los
pastores malos. Por esto dice: «He aquí que yo vengo sobre los pastores y
reclamaré mis ovejas de sus manos, los retiraré para que no apacienten mis
ovejas; y no se apacentarán más a sí mismos. Cuando les digo que apacienten
mis ovejas, se apacientan a sí mismos, no a mis ovejas. Los retiraré, para
que no apacienten mis ovejas» (Ez 34,10). ¿Cómo los retira para que
no apacienten sus ovejas? «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos
hacen». Como si dijera: «Dicen lo mío, hacen lo suyo». Podía haber dicho:
«Haced tranquilamente lo que hacen; a ellos los condenaré por vivir mal, pero a
vosotros os perdonaré, porque habéis seguido a quienes son vuestros
superiores». Si hubiera dicho esto, repito, hubiese aterrado a los malos
pastores, que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Pero infunde temor no
sólo al ciego que guía, sino también al ciego que le sigue - pues no dice: Cae
en la fosa el que guía, pero no cae el que le sigue, sino: «Si un ciego guía
a otro ciego, ambos caen en la fosa» (Mt 15,14); por eso advierte a las
ovejas diciéndoles: «Haced lo que dicen; no hagáis lo que hacen ellos». Cuando
no hacéis lo que hacen los malos pastores, entonces no os apacientan ellos;
cuando hacéis lo que dicen, Yo os apaciento. Proclaman mis preceptos y
no los cumplen. «Con tranquilidad, dicen algunos, seguimos a nuestros obispos».
Esto suelen decirlo frecuentemente los herejes, cuando son convencidos por la
verdad manifiesta: «Nosotros somos ovejas; ellos darán cuenta de nosotros.»
Ciertamente dan mala cuenta de vuestra muerte. El mal pastor dará mala cuenta
de la muerte de la oveja maligna. ¿Acaso vive la oveja porque se presenta su
piel? Se recrimina al pastor el haber descuidado la oveja extraviada, por lo
que cayó en las fauces del lobo y fue devorada. ¿De qué le aprovecha presentar
la piel marcada? El padre de familia reclama la vida de la oveja. He aquí que
el mal pastor presenta la piel. Da cuenta de la piel. ¿Acaso podrá mentir el
pastor? Lo veía desde arriba quien luego lo juzgará; le cuenta las palabras,
los hechos y ve sus pensamientos. Dé cuenta el mal pastor de la piel de la
oveja muerta. «Le anuncié tus palabras, y no quiso seguirlas; me esforcé para
que no se extraviase del rebaño, y no me obedeció». Si dice esto y con ello
dice la verdad —Dios sabe si dice la verdad—, da buena cuenta de la oveja mala.
Si, por el contrario, ve Dios que descuidó la oveja extraviada, que no buscó a
la que se perdía, ¿de qué le sirve haber encontrado la piel que poder
presentar? La hubiera reconducido al rebaño, para no tener que mostrar la piel
de la muerta. Si, pues, no dio buena cuenta quien no la buscó cuando estaba
extraviada, ¿qué cuenta dará quien la extravió? Esto es lo que oigo: Si el
obispo de la Iglesia católica no da cuenta de la oveja, si no la busca cuando
está extraviada del rebaño de Dios, ¿qué cuenta ha de dar el obispo hereje que
no sólo no la recondujo del extravío, sino que la impulsó a él?
VII. Dios es el que apacienta el rebaño.
22. Pero veamos, según dije, de qué manera aparta Dios
las ovejas de los malos pastores: «Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que
ellos hacen». No son ellos quienes os apacientan, sino Dios; quieran o no
los pastores, para llegar a la leche y a la lana, han de anunciar la palabra de
Dios. «Tú que predicas que no se debe robar, robas» (Rom 2,21) dice el
Apóstol a aquellos que dicen buenas cosas y practican el mal. Tú escucha al que
predica, no robes; no imites al que roba. Si quisieras imitar al ladrón, él te
apacienta con su acción; te suministra veneno, no alimento. Pero si escuchas
que dice algo, no de su cosecha, sino de la de Dios... -no pueden recogerse
uvas de las zarzas, pues es también palabra del Señor: «Nadie recoge uvas de
las zarzas ni higos de los abrojos» (Mt 7,16); no debes calumniar a Dios en
cierto modo diciéndole: «Señor, no me has querido, porque no se pueden recoger
uvas de las zarzas; y en otro lugar me dijiste a propósito de algunos: «Haced
lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen»; es decir, que quienes
obran mal son zarzas. ¿Cómo quieres que yo recoja la uva de la palabra de las
zarzas?» El responderá: «Aquella uva no es producto de las zarzas; lo que
acontece a veces es que el sarmiento se enreda en el seto y cuelga la uva en
medio de espesas zarzas, pero no proviene de la raíz de éstas. Si tienes hambre
y no tienes de dónde recogerlas, mete la mano con cuidado para no lacerarte con
las zarzas, es decir, para no imitar las acciones de los malos; y recoge la uva
que cuelga en medio de las zarzas, pero que es fruto de la vid. El alimento del
racimo llegará a ti; a las zarzas está reservado el tormento del fuego».
23. «Les arrancaré de su boca y de sus manos mis
ovejas, dijo, y no serán ya más pasto suyo». Esto mismo se dice en
el salmo: « ¿No saben todos los que obran iniquidad que devoran a mi pueblo
como a pan? Y ya no serán más pasto suyo, porque esto dice el Señor Dios: He
aquí que yo mismo las apacentaré». Aparté a las ovejas de los malos
pastores intimándolas, como dije, «que no hagan lo que hacen»; es decir,
que no hagan las incautas y despreocupadas ovejas lo que hacen los malos
pastores. ¿Y qué dice? ¿A quién da lo que a ellos quitó? ¿A los pastores buenos
tal vez? No lo indica. ¿Qué diremos, pues, hermanos? ¿Es que no hay pastores
buenos? ¿No se dice en otro lugar de las Escrituras: «Y les daré pastores
según mi corazón, y las apacentarán con disciplina» (Jer 3,15)? Así como no
da a los buenos pastores las ovejas que quita a los malos, como si en ningún
lugar quedasen pastores buenos, dice: ‘¿Las aceptaré yo?’. Había dicho a Pedro:
«Apacienta mis ovejas». ¿Qué pensar, pues? Cuando se encomiendan a Pedro
las ovejas, no dice el Señor: Yo apacentaré a mis ovejas, no lo hagas tú, sino:
«Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas» (Jn 21,17). ¿O acaso porque
ahora ya no está Pedro —ya fue recibido en el descanso de los apóstoles y de
los mártires— no hay nadie a quien el Señor de las ovejas pueda decir con
confianza: «Apacienta mis ovejas»? ¿Quizá, obligado por la necesidad,
baja para ejercer el oficio de apacentar sus ovejas, por no tener a quien
encomendarlo y no queriendo abandonarlas? Así parece, pues sigue: «Esto dice
el Señor Dios: He aquí que yo», es decir, aquel a quien decíamos: «Tú
que apacientas a Israel, mira; tú que guías como a ovejas a José» (Gen
37,28), al pueblo establecido en Egipto. Israel, extendido ya entre los
pueblos, es el mismo José. Sabéis, en efecto, que José emigró a Egipto; esto
ocurrió al venderlo los hermanos. A Cristo le vendieron los judíos; no sin
motivo, también entre los apóstoles Judas fue quien le vendió. Comenzó Cristo a
estar entre los gentiles, allí fue honrado, allí creció su pueblo, no le
abandonó su pastor. «Despierta, dijo, tu poder y ven a salvarnos» (Sal
79,2-3). Lo está ya haciendo y lo hará. Dice así: « Porque así dice el Señor
Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un
pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas,
así velaré yo por mis ovejas» (Ez 34,11-12). Los malos pastores no
se preocuparon; no las rescataron con su sangre. «Las recobraré de todos los
lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas». «Como
visita, dijo, el pastor su rebaño en el día». ¿En qué día? Cuando
haya tempestades y nubes, es decir, lluvia y niebla. La lluvia y la niebla son
el extravío en el mundo, una gran oscuridad que surge de los apetitos de los
hombres y una densa niebla que cubre la tierra. Es difícil que en medio
de esta niebla no se extravíen las ovejas. Pero el pastor no las abandona. Las
busca, atraviesa la niebla con ojos agudos, sin que se lo impida la oscuridad
de las nubes. Las ve, llama a la extraviada en cualquier lugar, para que se
cumpla lo que dice en el Evangelio: «Las ovejas que son mías escuchan mi voz
y me siguen» (Jn 10,27). «Las sacaré de en medio de los pueblos, las
reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo» (Ez 34,12-13).
Cuando es difícil encontrarlas, entonces yo las encontraré. ¡Gran
principio de la auténtica pastoral católica! Cuando cualquier acción parece
inútil frente a la gravedad de la situación, el Señor está por dar mucho
fruto.
¡Nunca debemos desconfiar del poder de Dios!
VIII. Los exhuberantes montes de Israel son los libros
de la Biblia.
24. «Las pastorearé por los
montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra.
Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa
Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán abundantes pastos por los
montes de Israel» (Ez 34,14). Las sacaré de entre los pueblos,
las recogeré de las regiones, las conduciré a su tierra y las apacentaré sobre
los montes de Israel. Constituyó como montes de Israel a los autores de
las Escrituras divinas. Apacentaos allí para hacerlo con seguridad.
Cuanto oigáis que procede de allí, deleite vuestro gusto; rechazad cuanto es
extraño. No os extraviéis en la niebla, oíd la voz del pastor. Reuníos en los
montes de la Sagrada Escritura. Allí se encuentran las delicias de vuestro
corazón; nada hay venenoso, nada extraño; hay pastos ubérrimos. Vosotras venid,
sanas, apacentaos sanas en los montes de Israel. Y en los riachuelos y en todo
lugar de la tierra. En estos montes que estamos mostrando tienen su cabecera
los riachuelos de la predicación evangélica, cuando en toda la tierra se
extendió su voz y todo lugar de la tierra se hizo alegre y fecundo para las
ovejas que han de ser apacentadas. Las apacentaré en buenos pastos en los altos
montes de Israel y tendrán allí su aprisco, es decir, el lugar donde descansen,
donde digan: «Se está bien»; donde digan: «Es verdad, está claro, no nos
engañaron». Descansarán en la gloria de Dios, como en sus apriscos. Y dormirán,
es decir, descansarán, y descansarán en completas delicias.
25. «Se apacentarán en
abundantes pastos sobre los montes de Israel». Dije ya quiénes eran los
montes de Israel, los montes buenos a los que levantamos los ojos para que de
ellos nos venga el auxilio. Pero nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo
el cielo y la tierra. Por esto, para que ni siquiera en los montes buenos
pusiésemos nuestra esperanza, dijo: «Apacentaré mis ovejas sobre los montes
de Israel»; más aún, para que no te quedases en los montes, añadió
inmediatamente: Yo apacentaré mis ovejas. Levanta tus ojos a los montes,
de donde te vendrá el auxilio; pero escucha a quien dice: «Yo apacentaré».
«Tu auxilio está en el Señor, que hizo el cielo y la tierra».
IX. Dios hace lo contrario de los malos pastores.
26. «Yo mismo apacentaré
mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahveh. Buscaré la
oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la
enferma; y guardaré a la que está gorda y robusta: las pastorearé con justicia»
(Ez 34,16). Mas, para hacerlas descansar, ¿de qué se preocupó con anterioridad?
Lo que fueron sus anteriores preocupaciones lo dice después: Esto dice el
Señor Dios: Buscaré la que se perdió; llamaré la que se extravió; vendaré la
quebrada, fortaleceré la débil y custodiaré la que es grande y fuerte:
cosas todas que no hacían los malos pastores, que se apacentaban a sí mismos,
no a las ovejas. No dice el Señor: «Pondré otros pastores que hagan esto»,
sino: «Yo mismo lo haré; no confiaré mis ovejas a ninguno otro». Estad
tranquilos, hermanos; estad confiadas vosotras, las ovejas. Somos nosotros los
que hemos de temer, como si faltase el pastor bueno.
27. Concluye de esta forma: «Y
las pastorearé con justicia». Ten en cuenta que sólo él las apacienta así;
Él, que las apacienta con justicia. ¿Qué hombre puede juzgar a otro hombre?
Todo está lleno de juicios temerarios. Aquel de quien habíamos perdido toda
esperanza se convierte repentinamente y se hace buenísimo. Aquel de quien
habíamos esperado tanto, cae repentinamente y se convierte en pésimo. Tanto
nuestro temor como nuestro amor son inseguros. Qué es el día de hoy un hombre
cualquiera, apenas lo sabe él mismo. Con todo, en cierta medida, él sabe qué es
hoy. En cambio, qué será mañana, ni él mismo lo sabe. Apacienta, pues, él con
justicia, repartiendo a cada uno lo suyo: esto a éstos, aquello a aquellos, lo
merecido a quienes lo merecen, sea esto o aquello. Sabe lo que debe hacer. Apacienta
con justicia a los que redimió cuando fue juzgado. Luego él apacienta con
justicia.
28. Según el profeta Jeremías, clamó la perdiz, reunió
huevos que no puso, amontonando riquezas, pero sin juicio. Al contrario de esta
perdiz que amontonó sus riquezas sin juicio, este pastor apacienta con juicio.
¿Por qué sin juicio aquélla? Porque reunió lo que no engendró. ¿Por qué éste
con juicio? Porque cría lo que él engendró. Estamos hablando del pastor bueno.
Los pastores buenos o no existen o están ocultos. Si no los hay, ¿por qué
perdemos el tiempo? Si están ocultos, ¿por qué no se habla de ellos? En aquella
perdiz algunos de nuestros mayores y de los comentadores de la Escritura
anteriores a nosotros vieron significado al diablo, que reúne lo que no parió.
El no es creador, sino embaucador, amontonando sus riquezas sin juicio. No le
importa el que uno se extravíe de esta forma y otro de otra. Quiere que todos
se extravíen, sean cuales sean los errores. ¡Cuán distintas herejías existen!
¡Cuán diversos son los errores! El quiere que los hombres se extravíen en
todos. El diablo no dice: «Sean donatistas y no arrianos». Sea aquí, sea allí,
le pertenecen a él, que congrega sin juicio. «Si adora los ídolos, dice, es
mío; si permanece en la superstición de los judíos, mío es; si, abandonando la
unidad, se va a esta o aquella herejía, mío es». Reúne sin justicia al
amontonar sus riquezas. Pero ¿qué sigue? «A mitad de sus días la
abandonarán y en sus postrimerías será necia» (Jer 17,11). Viene
aquel que congrega de todas las partes sus ovejas. A mitad de los días del mal
pastor, antes de lo que esperaba, antes de lo que pensaba, le abandonarán, y
aparecerá como necio en sus postrimerías. ¿Por qué en sus primeros días
aparecía como sabio y en los últimos aparecerá como necio? A veces en la
Escritura se dice sabiduría en lugar de astucia, en sentido figurado, no en el
propio. Por esto se dice: «¿Dónde está el sabio, dónde el docto, dónde el
investigador de este mundo? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría de este
mundo?» (1 Cor 1,20). Esta perdiz, este dragón, esta serpiente, se mostró
aparentemente sabia cuando, por medio de Eva, engañó a Adán. Creyó Adán que
decía la verdad, estimó que le daba un buen consejo; le creyó a él antes que a
Dios. Según la costumbre de nuestras Escrituras -pues, ¿qué nos importa a
nosotros cómo hablen los autores del mundo?-, se habla de sabiduría en sentido
abusivo y malo; eso lo puedes ver en el mismo libro: «Era allí la serpiente
más sabia que todas las bestias» (Gen 3,1-6). Esta bestia, la más sabia de
todas, es considerada como astuta y hábil en el engaño. Posteriormente ya no se
le da crédito. Se le dice: «Renunciamos a ti; nos basta que por incautos nos
engañases la primera vez». De este modo, pues, en sus últimos días será necia.
Serán descubiertos sus fraudes y, por lo mismo, ya no habrá más. En sus últimos
días será necio quien reunió lo que no engendró y amontonó riquezas sin juicio.
Al contrario que él, nuestro Redentor apacienta con juicio.
29. Pensemos en un hereje cualquiera. Aunque no es
hermano del diablo, ciertamente es su ayudante e hijo. También a él le llamaría
perdiz, animal contencioso. Como saben los cazadores, este animal puede ser
cazado por su afán de pelea. Los herejes lucharon contra la verdad, y ya desde
el momento en que se separaron. Ahora dicen: «No queremos contiendas», porque
ya están capturados. No tienen qué decir sino: «No quiero contiendas.» ¡Oh
cautivo! Sin lugar a duda eres tú el que en los primeros tiempos de tu
separación acusabas de traidores, condenabas a los inocentes, buscabas la
sentencia del emperador, no te sometías al juicio de los obispos, siempre que
eras vencido volvías a apelar, ante el mismísimo emperador litigabas
afanosamente. Reunías lo que no habías engendrado. ¿Dónde está ahora tu dura
cerviz? ¿Dónde tu lengua? ¿Dónde tu silbido? Ciertamente en tus últimos días te
hiciste necio, te atemorizaste al estar sin juicio. Ya no quieres juzgar lo
cierto, ni sobre tu error, ni sobre la verdad. Al contrario, Cristo te
apacienta con juicio, distingue las ovejas que son suyas de las que no lo son. «Las
ovejas que son mías, dice, escuchan mi voz y me siguen».
X. Todos los buenos pastores son uno sólo:
¡Jesucristo!
30. Aquí encuentro a todos los buenos pastores en uno
solo. No faltan los buenos pastores, pero se hallan en uno solo. Quienes están
divididos son muchos. Aquí se anuncia uno solo, porque se recomienda la unidad.
Quizá digas que ahora no se habla de pastores, sino de un solo pastor, porque
no encuentra el Señor a quien confiar sus ovejas. Entonces las confió porque
encontró a Pedro. Al contrario, en el mismo Pedro nos recomendó la unidad. Eran
muchos los apóstoles y sólo a uno se dice: «Apacienta mis ovejas».
¡Lejos de nosotros decir que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros el
que falten, lejos de su misericordia el que no nos los produzca y establezca!
En efecto, si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las
buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en
uno, son una sola cosa. Apacientan ellos, es Cristo quien apacienta.
Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz
del esposo. Por lo tanto, es Él mismo quien apacienta cuando ellos
apacientan. Dice: Soy Yo quien apaciento; pues en ellos
se halla la voz de Él, en ellos su caridad. Al mismo Pedro a quien confiaba sus
ovejas, como si fuera su «alter ego», quería hacerle una cosa sola consigo,
para de este modo confiarle las ovejas. Porque así Él sería la cabeza y
mantendría la figura del cuerpo, es decir, de la Iglesia; como esposo y esposa
serían dos en una sola carne. Por lo tanto, al confiarle las ovejas, ¿qué le
pregunta antes para no confiárselas a otro distinto de sí? «Pedro, ¿me
amas?» Y respondió: «Te amo». De nuevo: «¿Me amas?» Y
respondió: «Te amo». Confirma la caridad para consolidar la unidad.
El mismo, siendo único, apacienta en éstos; y éstos apacientan en el único.
Calla acerca de los pastores, pero no se calla. Se glorían los pastores: pero «quien
se gloríe, gloríese en el Señor». Esto es lo que significa que Cristo
apacienta: esto es apacentar con Cristo, apacentar en Cristo y no apacentarse a
sí mismo fuera de Cristo. No pensaba en la penuria de pastores, como si
el profeta anunciase como venideros estos malos tiempos, cuando dijo: «Yo
apacentaré a mis ovejas», como diciendo: No tengo a quien confiarlas. En
efecto, cuando aún vivía Pedro, y cuando aún se hallaban en esta carne y en
esta vida los apóstoles mismos, entonces dice aquel pastor único, en quien son
todos una sola cosa: «Tengo otras ovejas que no son de este redil; es
preciso que yo las atraiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor»
(Jn 10,16). Estén todos en el único pastor, anuncien todos la única voz del
pastor, en modo que la oigan las ovejas y sigan a su pastor, no a éste o al
otro, sino al único. Anuncien todos en Él una sola voz; no tengan diversas
voces. Os ruego, hermanos, que todos anunciéis lo mismo y no haya entre
vosotros cismas. Oigan las ovejas esta voz liberada de todo cisma, expurgada de
toda herejía, y sigan a su pastor que dice: «Las ovejas que son mías, oyen
mi voz y me siguen».
Muy
clara es la diferencia entre pastores buenos y malos. Los primeros «dan la
vida por las ovejas» (Jn 10,11), los segundos son «mercenarios y no les
da cuidado de las ovejas» (Jn 10,13). Unos, buscan los intereses de
Jesucristo, no los suyos propios; los otros, buscan sus propios intereses, no
los de Jesucristo. Los primeros son una sola cosa con Jesucristo y vibran por
el celo de la unidad de la Iglesia; los segundos se han desgajado de Jesucristo
y son causa de división.
Voltaire
al ver males en la Iglesia dijo en 1773: “En veinte años ya no habrá
Iglesia”. Han pasado más de 200 años de esa pseudo profecía y la Iglesia
aparece cada vez más joven, más extendida y más fuerte. Hace un tiempo
recordaba el Cardenal Ratzinger: 'Me viene a la mente una anécdota que se
cuenta a propósito del Cardenal Consalvi, secretario de Estado de Pío VII. Le
habían dicho: 'Napoleón intenta destruir la Iglesia.' Responde el Cardenal: 'No
podrá, ni siquiera nosotros hemos podido destruirla'[5].
¡Que la Divina Pastora nos alcance la gracia de tener el corazón del Buen
Pastor!
[1] Zenit, 19 de diciembre de 2005.
[2] S. Th. III, 82, 5.
[3] San Gregorio Magno, Homilias sobre el profeta
Ezequiel L.1, 11, 4-6; cfr. LH, t. IV, 1337-39.
[4] Santo Tomás, S. Th., I-II,
109, dif 2 y ad 2; 112, 3 ad 1; etc.
[5] 30 Giorni, n. 3, marzo 2000, entrevista al
Cardenal Joseph Ratzinger, pág. 24: 'Non riuscirà, neppure noi siamo
riusciti a distruggerla'
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Fuente: Padre Buela
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