QUÉ
SENTIDO TIENE EL CELIBATO
Cuando se pregunta por
las razones del celibato, hay que cuidarse de dar respuestas fáciles, pero que
en el fondo no responden suficientemente o adecuadamente al tema.
Históricamente sabemos que
Jesucristo no lo impuso en el Nuevo Testamento, aunque lo recomendó, tanto con
su propio ejemplo (fue virgen) ya sea de modo explícito como ideal de vida
cristiana por el Reino de los Cielos (cf. Mt 19,12; 19,29). Lo mismo se diga de
San Pablo (cf. 1 Cor 7,7 y siguientes). En la antigüedad cristiana, los Padres
y los escritores eclesiásticos dan testimonio de la difusión, tanto en
Occidente como en Oriente, de la práctica libre del celibato entre los sagrados
ministros por su gran conveniencia con la total dedicación al servicio de Dios
y de su Iglesia.
La Iglesia de Occidente, desde
principios del siglo IV, corroboró, extendió y sancionó esta práctica. Incluso
(y esto es de notar) en momentos de gran decadencia moral entre el clero (vio
siempre en el celibato una gracia y un don que debía conservar). La obligación
del celibato fue solemnemente sancionada por el Concilio de Trento[1]
e incluida en el Código de Derecho Canónico: “Los clérigos están obligados a
observar continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos, y por lo
tanto quedan sujetos al celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el
cual los ministros sagrados pueden adherir más fácilmente a Cristo con corazón
indiviso y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres”[2].
Diversa sólo hasta cierto punto es
la legislación de las Iglesias Orientales. El Concilio Trullano, en el año 692,
sancionó la costumbre
de exigir la continencia absoluta para los obispos, mientras que concedía
permiso de contraer matrimonio para todos los clérigos inferiores antes de la
ordenación; pero no después de la misma. Por lo tanto, en Oriente también hay
tradición del celibato (para los obispos, que son quienes tienen la plenitud
del sacerdocio, y para los sacerdotes
que se han ordenado sin haberse casado antes)[3].
1. Razones de conveniencia del celibato
Como
ha señalado el Concilio Vaticano II, el celibato “no se exige por la naturaleza
misma del sacerdocio” (de hecho en la Iglesia primitiva hubo una práctica común
del sacerdocio célibe y del sacerdocio esposado, que también sigue en uso en la
tradición de las Iglesias orientales), pero sin embargo “el celibato está en
múltiple armonía con el sacerdocio”[4]. Notemos esta distinción: no se
exige por naturaleza, pero hay una múltiple armonía con esta naturaleza. Esto
significa que entre sacerdocio y celibato hay múltiples razones de
conveniencia. ¿Cuáles son?
1)
Conveniencia con la naturaleza misma del sacerdocio[5].
El
sacerdocio ministerial es una configuración con Jesucristo, sacerdote único. El
celibato radicaliza esta configuración.
En
efecto, el sacerdote es otro Cristo sacramental, ontológicamente asimilado, en
virtud de su “carácter”, al Verbo encarnado, a Cristo sacerdote inmolado sobre
la cruz y a Cristo resucitado.
Ahora
bien, la virginidad forma parte de la creación renovada por Cristo, el nuevo
Adán. Él entró en el mundo y en la historia para fundar este nuevo orden de
cosas que no fuera tributario de la carne y de la sangre, la economía del
Espíritu Santo. Por eso, siendo sacerdote de una humanidad nueva, no debía
nacer como los otros hombres sino del Espíritu Santo y de la Virgen María. San
Ambrosio escribía: “Adán nació de la tierra virgen, Cristo de la Virgen”[6][6]. Siendo esto así, ¿no es
conveniente que el sacerdote, configurado por la virtud de su carácter
inamovible y en pertenencia perpetua a Cristo, mediador único, traduzca esta
pertenencia por medio de su celibato que le hace vivir exclusivamente para su
Maestro? Del hecho de que Jesús tenía que nacer de una Virgen, san Cirilo de
Jerusalén deduce que “todo sacerdote que quiera servir al Hijo de Dios como
conviene, ha de abstenerse de la mujer”[7].
Igualmente,
Cristo, sacerdote de la humanidad, se hizo solidario con nosotros al asumir
nuestra carne de pecado (cf. Rom 8,3). Pero esta carne de pecado fue por Él
definitivamente inmolada sobre la cruz (cf. Rom 8,3; Ef 2,14-16). Cristo murió
a la carne una vez para siempre; los cristianos unidos a Él, no están ya en la
carne (cf. Rom 7,5; 8,9); están crucificados (cf. Gál 5,24) y desnudos por el
bautismo (cf. Col 2,11). Andan en la carne, pero no están sujetos a ella (cf.
2Cor 10,3) sino que la dominan por su unión con Cristo en la fe (cf. Gál 2,20).
Y entre los cristianos todos, los vírgenes dominan la carne hasta tal punto que
están voluntariamente como desarraigados de la carne y tratan de vivir por
encima de este mundo que pasa, como si las leyes de este mundo no tuvieran ya
que ver con ellos. Es lógico que el sacerdote, configurado con Cristo inmolado
y muerto a la carne, esté también, por su celibato, desarraigado de la esfera
carnal, a fin de asemejarse lo más posible a Él.
2)
Conveniencia psicológica del celibato: permite dedicarse a Cristo de modo
exclusivo
En
el plano psicológico, el celibato no es renunciamiento al amor; es antes bien
amor y signo de amor. Ya Tertuliano lo proclamaba como una unión de esponsales
divinos: “Cuantos vemos en las órdenes sagradas que han abrazado la continencia
han preferido contraer nupcias con Dios, han restablecido el honor de su carne
e, hijos del tiempo, se han consagrado a la eternidad, mortificando en sí
mismos la concupiscencia del deseo y todo lo que está excluido del paraíso”[8].
Evidentemente,
sin la caridad, como dice san Gregorio, “la castidad no es grande”; sólo vale
por el amor que la inspira y por el más alto amor a que conduce[9].
Por
esto, San Pablo, ve en el cristiano no ligado por los vínculos del matrimonio,
a un hombre que se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor,
mientras el hombre casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a
su mujer y, por esta razón, está dividido (cf. 1Cor 7,29-34).
La
castidad da al amor el rostro austero de la cruz, el signo mismo que Dios
escogió para amarnos, porque su amor para con nosotros se expresó en el
sacrifico de sí mismo para salvarnos.
3)
Conveniencia social del celibato: concede un amor universal
La
castidad sacerdotal concede al sacerdote amar con amor universal ofrecido a
todos, con amor trascendente a la manera del amor paternal de Dios. El celibato
del sacerdote une indivisiblemente al sacerdote a la comunidad y lo pone a
servicio de ella por una paternidad más alta. Decía ya Orígenes (siglo III):
“También en la Iglesia pueden los sacerdotes tener hijos, pero a la manera que
se dijo: Hijos míos, por quienes estoy de nuevo sufriendo dolores de parto,
hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19)”[10].
San
Efrén felicitaba a un obispo llamado Abraham diciéndole: “Haces honor a tu
nombre, pues has venido a ser padre de muchos; y, sin embargo, tú no tienes
esposa, como Abraham tenía a Sara. Tu esposa es tu grey”[11].
4)
Dimensión escatológica del celibato: es un signo de la vida futura[12]
El
Señor dijo a los saduceos: Los hijos de este mundo toman mujer o marido;
pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la
resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni
pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de
la resurrección (Lc 20,34-36).
Por
el sacrificio del amor humano carnal, el sacerdote que, por oficio, debe
orientar a los hombres hacia el mundo por venir, es ya una anticipación viva de
esta humanidad nueva. Su castidad es una inmensa avanzada hacia el porvenir,
tiene valor escatológico y saca al mundo actual hacia el futuro. Como dice San
Pablo: Hermanos: el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan
como si no la tuviesen.... Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen.
Porque la apariencia de este mundo pasa (1 Cor 7,29.31).
2. Algunas objeciones más comunes contra el
celibato
Recojamos
ahora algunas de las principales objeciones que suelen escucharse contra el
celibato.
1ª
objeción: El celibato (castidad perfecta) es simplemente imposible de
cumplir.
Respuesta:
Aunque no sean muchos los que ponen esta objeción tan frontal, hay que
reconocer que todavía algunos la esgrimen; por eso hay que considerarla. La
respuesta es un argumento muy elemental: hay personas (y muchas) que han vivido
y viven (y con felicidad) la castidad perpetua, por tanto, la castidad es
posible. Lo dice con hermosas palabras Pablo VI al recordar: “la voz secular y
solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del
testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de
Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de
Cristo... No podemos cerrar los ojos ante esta magnífica y sorprendente
realidad; hay todavía hoy en la santa Iglesia de Dios, en todas las partes del
mundo, innumerables ministros sagrados –diáconos, presbíteros, obispos– que
viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y junto a ellos
no podemos menos de contemplar las falanges inmensas de los religiosos, de las
religiosas y aun de jóvenes y de hombres laicos, fieles todos al compromiso de
la perfecta castidad vivida no por desprecio del don divino de la vida, sino
por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con
valiente austeridad, con gozosa espiritualidad, con ejemplar integridad y
también con relativa facilidad”[13].
2ª
objeción: El celibato no aparece exigido en el Nuevo Testamento a los
sagrados ministros, sino que más bien es propuesto como una obediencia libre a
una especial vocación o carisma (cf. Mt 19,11-12). El mismo Jesús no puso esta
condición previa a sus Apóstoles, ni estos pusieron esta condición para nombrar
a quienes ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim
3,2-5; Tit 1,5-6).
Respuesta:
Es verdad. Pero también es cierto que dio a los Apóstoles y a sus legítimos
sucesores la potestad de legislar sobre los sacramentos y sobre la vida de la
Iglesia (todo lo que atareis en la tierra queda atado en el cielo y todo lo que
desatareis en la tierra queda desatado en el cielo). Por otra parte, es
claro que Jesús dio personalmente ejemplo de virginidad; y recomendó la
virginidad (Mt 19,12: Porque... hay eunucos que se hicieron tales a sí
mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda; cf.
también la invitación de Mt 19,29). Y el mismo ejemplo y consejo dio el Apóstol
san Pablo (cf. 1 Cor 7,7). De aquí que, desde los primeros tiempos, muchos
clérigos eligieran la virginidad consagrada. Teniendo esto en cuenta, con el
tiempo, la Iglesia sancionó las dos tradiciones: en Oriente ya en el año 692 en
el concilio de Trullo (en Constantinopla) se sancionó la costumbre actual para
los católicos orientales (continencia absoluta para los obispos; y permiso de
contraer matrimonio para todos los clérigos inferiores antes de la ordenación);
en Occidente se determinó el celibato obligatorio para todos los sacerdotes en
el Concilio de Elvira (entre los años 295-304)[14].
3ª
objeción: La relación que se estableció entre sacerdocio ministerial y
sagrada virginidad se explica por una visión histórica inspirada en un excesivo
pesimismo sobre la condición humana de la carne y de la sexualidad como indigna
de entrar en contacto con las cosas sagradas.
Respuesta:
No se puede negar que ha habido autores eclesiásticos que han dejado escritos
sobre la sexualidad con tonos un tanto pesimistas; pero es un hecho evidente
que el Magisterio de la Iglesia ha tenido siempre una alta consideración del
matrimonio cristiano, como puede verse en tantos documentos dedicados a este
sacramento; por esto no puede afirmarse con fundamento que haya sido una
infravaloración del matrimonio o de la sexualidad la razón principal para
promulgar la ley del celibato. Por el contrario, lo que fue preparando la ley
escrita del celibato y lo que hizo posible su aceptación, desde el siglo III,
fue la costumbre del celibato entre muchos clérigos y la difusión,
tanto en Oriente como en Occidente, de la práctica libre entre los sagrados
ministros. Testimonio de esto son muchos escritores eclesiásticos y Padres como
Tertuliano, san Epifanio, san Efrén, Eusebio de Cesarea, san Cirilo de
Jerusalén, san Ambrosio de Milán, san Agustín, san Jerónimo[15].
4ª
objeción: Estrictamente hablando el carisma de vocación sacerdotal no
coincide con el carisma de castidad perfecta (ejemplo de ello es el caso de los
sacerdotes orientales casados); por eso no es justo alejar del sacerdocio a los
que tienen vocación ministerial, pero no tienen vocación de célibes.
Respuesta:
Responde Pablo VI a esta objeción recordando que es cierto que ambos
carismas no coinciden. Sin embargo, recuerda también que “la vocación
sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y
operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad
y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y, por
consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y
los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos,
para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de
la Iglesia misma”[16].
5ª
objeción: El celibato es una de las causas de escasez de clero (porque
el peso de la obligación del celibato aleja a muchos). Si se quita se
solucionaría el problema.
Respuesta:
Ante todo, el error de esta objeción lo demuestran los hechos: las iglesias
ortodoxas y evangélicas manifiestan que a pesar de la autorización del
matrimonio no aumentan las vocación (y en algunos casos disminuyen hasta la
extinción)[17]. Pablo VI escribió: “No se puede
asentir fácilmente a la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico,
crecerían considerablemente por este mero hecho, las vocaciones sagradas; la
experiencia contemporánea de las Iglesias y de las comunidades eclesiales que
permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario. La
causa de la disminución de las vocaciones sacerdotales hay que buscarla en otra
parte, principalmente, por ejemplo, en la pérdida del sentido de Dios y de lo
sagrado en los individuos y en las familias y de la estima por la Iglesia como
institución salvadora mediante la fe y los sacramentos”[18].
Además:
“Nuestro Señor Jesucristo no vaciló en confiar a un puñado de hombres, que
cualquiera hubiera juzgado insuficientes por número y calidad, la misión
formidable de la evangelización del mundo entonces conocido; y a este pequeño
rebaño le advirtió que no se desalentase (Lc 12,32), porque con Él y por
Él, gracias a su constante asistencia (Mt 28,20), conseguiría la victoria sobre
el mundo (Jn 16,33)... Los consejos y la prudencia de los hombres no pueden
estar por encima de la misteriosa sabiduría de Aquel, que en la historia de la
salvación ha desafiado la sabiduría y el poder de los hombres, con su locura y
su debilidad (1 Cor 1,20-31)”[19].
6ª
objeción: Muchos sacerdotes viven mal su celibato, llenando de dolor a
la Iglesia y escandalizando a los fieles. Quitada la obligación del celibato,
el problema se soluciona.
Respuesta:
Esta es una falsa solución y es denigrante para los sacerdotes sólo pensar en
ella. El celibato es un don y una gracia, para el sacerdote y para la Iglesia.
En sí mismo realza al sacerdocio. Suprimirlo porque algunos sacerdotes no lo
viven bien no es, pues, ninguna solución. La solución es que accedan las
sacerdocio sólo los que acepten libremente vivirlo bien; y que una vez
ordenados pongan los medios ordinarios para conservar la vocación y la
castidad. Nadie está obligado a hacer la promesa de celibato; pero una vez
hecha, está obligado a ser fiel a su palabra. De la misma manera que nadie está
obligado a casarse, pero una vez casado está obligado a ser fiel a su cónyuge.
¿Obliga menos la promesa de guardar el celibato que la palabra dada en el
matrimonio? Algunos esposos y esposas, y tal vez muchos, no son fieles a sus
cónyuges; ¿deberíamos suprimir la monogamia o la fidelidad matrimonial para
solucionar los problemas matrimoniales?
7ª
objeción: El sacerdote, en virtud del celibato, se encuentra en una
situación física y psicológica antinatural y dañosa al equilibrio y a la
maduración de su personalidad humana.
Respuesta:
“La elección del celibato, si se la hace con humana y cristiana prudencia y
responsabilidad propia de quienes siguen a Cristo, está presidida por la
gracia, la cual no destruye la naturaleza, ni le hace violencia sino que la
eleva y le da capacidad y vigor sobrenaturales. Dios, que ha creado al hombre y
lo ha redimido sabe lo que le puede pedir y le da todo lo que su Creador y
Redentor le pide. San Agustín, que había amplia y dolorosamente experimentado
en sí mismo la naturaleza del hombre, exclamaba: ‘Da lo que mandas y manda lo
que quieras’”[20].
Por
esto, “no es justo repetir todavía, después de lo que la ciencia ha demostrado
ya, que el celibato es contra la naturaleza, por contrariar a exigencias
físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria
para completar y madurar la personalidad humana. El hombre creado a imagen y
semejanza de Dios no es solamente carne ni el instinto sexual lo es en él todo;
el hombre es también, y sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a
estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas lo hacen
dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos”[21].
8ª
objeción: El celibato sólo es obligatorio para la Iglesia latina y no para
la oriental. Entonces ¿por qué no se deja la práctica del celibato optativo en
todos los ritos católicos?
Respuesta:
En la objeción no está bien expresado el lugar que ocupa el celibato en la
Iglesia de rito oriental. Las Iglesias católicas de rito oriental tienen el
celibato y también la tradición del sacerdocio desposado. Es notable el valor
que los Padres orientales dieron siempre a la castidad sacerdotal. Por ejemplo
San Gregorio Niseno decía que “la vida virginal es la imagen de la felicidad
que nos espera en el mundo futuro”[22]; y san Juan Crisóstomo: “a quien se
acerca al sacerdocio, le conviene ser puro como si estuviera en el cielo”[23].
Y
el celibato es obligatorio para ciertos casos: sólo los célibes pueden ser
obispos; y los mismos sacerdotes no pueden contraer matrimonio después de su
ordenación sacerdotal. “Esto da a entender que también aquellas venerables
Iglesias poseen en cierta medida el principio del sacerdocio célibe y el de
cierta conveniencia entre el celibato y el sacerdocio cristiano, del cual los
Obispos poseen el ápice y la plenitud”[24].
[1][1] Dezinger-Hünermann, n. 1809.
[2][2] Código de Derecho
Canónico, c. 277 § 1.
[3][3] Cf. Pablo VI, Sacerdotalis
coelibatus, nn. 35-41.
[4][4] Cf. Presbiterorum
ordinis, n. 16; Pablo VI, Sacerdotalis coelibatus, nn. 17-18.
[5][5] Cf. Sacerdotalis coelibatus, 19-25; Dillenschneider, Clément, Teología y espiritualidad del sacerdote, Sígueme, Salamanca 1964, 368-375.
[6][6] San Ambrosio, Exp.
Evang. Luc., 4,7; CSEL 32,142.
[7][7] San Cirilo de Jerusalén, Catech. XII, c. 25; MG 33, 657.
[8][8] Tertuliano, De
exhortatione castitatis, c. 13; ML 2, 930.
[9][9] San Gregorio, Hom. 13 in Evang. Lucae, ML 76,
1124.
[10][10] Orígenes, In Levit. hom., 6, c. 6; MG 12, 474.
[11][11] San Efrén, Carm. Nisibea.
[12][12] Cf. Sacerdotalis coelibatus, n. 34.
[13][13] Sacerdotalis coelibatus, n. 13.
[14][14] Cf. Denzinger-Hünermann, n. 118-119.
[15][15] Todos citados con sus respectivas obras en la Enc. Sacerdotalis
coelibatus, nota 20 (nota al n. 35).
[16][16] Sacerdotalis coelibatus, n. 15.
[17][17] Cf. Card. Höffner, Diez tesis sobre el celibato, IV; en: AA.VV., Sacerdocio y celibato, BAC, Madrid 1972, pp. 469-470.
[18][18] Sacerdotalis coelibatus, n. 49.
[19][19] Sacerdotalis coelibatus, n. 47.
[20][20] Sacerdotalis coelibatus, n. 51; la cita es de Confess., X, 29, 40; PL 32,796.
[21][21] Sacerdotalis coelibatus, n. 53.
[22][22] San Gregorio Niseno, De Virginitate, 13; PG 46, 381-382.
[23][23] San Juan Crisóstomo, De Sacerdotio, III,4; PG 48, 642.
[24][24] Sacerdotalis coelibatus, n. 40.