MENSAJE DEL
SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA XLIV JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
«El sacerdote y la pastoral
en el mundo digital:
los nuevos medios al servicio de la Palabra»
[Domingo 16 de mayo de 2010]
Queridos
hermanos y hermanas:
El tema de la próxima
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales –«El sacerdote y la pastoral
en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra»– se
inserta muy apropiadamente en el camino del Año Sacerdotal, y pone en
primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el
de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas
posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de
la Palabra. Las comunidades eclesiales, han incorporado desde hace tiempo los
nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de
contacto con el propio territorio, instaurado en muchos casos formas de diálogo
aún de mayor alcance. Su reciente y amplia difusión, así como su notable
influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio
sacerdotal.
La tarea primaria del
sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y
comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos.
La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que
Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él
y con Él. En esto reside la altísima dignidad y belleza de la misión
sacerdotal, en la que se opera de manera privilegiada lo que afirma el apóstol
Pablo: «Dice la Escritura: “Nadie que cree en Él quedará defraudado”… Pues
“todo el que invoca el nombre del Señor se salvará”. Ahora bien, ¿cómo van a
invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo
van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los
envían?» (Rm 10,11.13-15).
Las vías de comunicación
abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento
indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un
contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo
juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una
capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y
actualiza la exhortación paulina: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1
Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del
anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un
compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra
como al inicio de una «nueva historia», porque en la medida en que estas nuevas
tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen
las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse
pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios
al servicio de la Palabra.
Sin embargo, la creciente
multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación,
pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia
de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea,
como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros
la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al
mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que
se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo
digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios
tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios
audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas
de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.
El sacerdote podrá dar a
conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de
comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo.
Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios –adquirido
también en el período de formación– con una sólida preparación teológica y una
honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el
Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar,
más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado
que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo
flujo comunicativo de la «red».
También en el mundo digital,
se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por
nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una
realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe
mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy
que «Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente» (Discurso a la
Curia romana para el intercambio de felicitaciones navideñas, 21 diciembre
2009).
¿Quién mejor que un hombre
de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia
competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga
vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar
la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir
dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como
consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos
encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a
las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde
ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo «digital» los signos necesarios
para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la
esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el
desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro
hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del
ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para
que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las
calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los
corazones y decir de nuevo: «Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me
abre, entraré y cenaremos juntos» (Ap 3, 20).
En el Mensaje del año
pasado animé a los responsables de los procesos comunicativos a promover una
cultura de respeto por la dignidad y el valor de la persona humana. Ésta es una
de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una «diaconía de la
cultura» en el «continente digital». Con el Evangelio en las manos y en el
corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos
que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a
quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa
búsqueda como primer paso de la evangelización. Así, una pastoral en el mundo
digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían,
pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes,
pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier
religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el
profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf.
Is 56,7), quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un
espacio –como el «patio de los gentiles» del Templo de Jerusalén– también a
aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.
El desarrollo de las nuevas
tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan
un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la
singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero
constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino
puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se
compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios,
por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre
nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la
Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual
de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo
eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos. No hay que olvidar, sin
embargo, que la fecundidad del ministerio sacerdotal deriva sobre todo de
Cristo, al que encontramos y escuchamos en la oración; al que anunciamos con la
predicación y el testimonio de la vida; al que conocemos, amamos y celebramos
en los sacramentos, sobre todo en el de la Santa Eucaristía y la
Reconciliación.
Queridos sacerdotes, os
renuevo la invitación a asumir con sabiduría las oportunidades específicas que
ofrece la moderna comunicación. Que el Señor os convierta en apasionados
anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva «ágora» que han dado a
luz los nuevos medios de comunicación.
Con estos deseos, invoco
sobre vosotros la protección de la Madre de Dios y del Santo Cura de Ars, y con
afecto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.
Vaticano, 24 de
enero 2010, Fiesta de San Francisco de Sales.
BENEDICTUS
PP. XVI
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