XXVII Domingo del Tiempo
Ordinario - Año C
Citaciones
di:
Ha 2,1-4: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9absb3b.htm
2Tm
1,6-14: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ajkida.htm
Lc
17,5-1: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ahyhcq.htm
El justo vive de la fe. La
primera lectura de este domingo nos habla de los problemas de la vida cotidiana
de cualquier época, cuando las honestas llegan a convencerse hasta de ue son
ingenuas, viendo violencias y opresiones, problemas e iniquidades, pero, al
mismo tiempo, saben que hay un premio para el justo, que hay un final para la
maldad.
El Pantocrator, el Dios
omnipotente, no es corrupto como el hombre y no hace partidismos: cada uno
recogerá lo que siembre, el inicuo sucumbirá y caerá en la fosa que se ha
excavado, pero el justo vivirá para siempre gracias a su fe. El salmo 1 habla de los impíos que el
viento dispersa y elogia a los sabios, hombres que no siguen el consejo de los
impíos, que no recorren el camino de los pecadores y no se sientan con los astutos,
y los asimila a fuertes árboles que florecen a lo largo de los cursos de agua,
o sea, junto a su fuente de vida.
Nos encaminamos al término
del año litúrgico y, esperando contemplar al Cristo juez meditando las palabras
del Dies irae que golpean nuestro
corazón, percibimos que quizás demasiado a menudo envidiamos la prosperidad de
los malvados. El himno de Tomás de Celano, que recitaremos en la liturgia de
las Horas en las próximas semanas, nos sugiere la disposición adecuada: Acógeme entre las ovejas y ténme lejos de
los carneros, colocándome a tu derecha. Desenmascarados los malvados,
condenados a las llamas ardientes, cuéntame entre los benditos.
La salvación, no obstante,
es escatológica Si nuestra esperanza en Cristo sólo valiera por esta vida,
sería para llorar: sería preferible, como nos advierte San Pablo (1Cor 15, 19),
dedicarnos a comer y beber, porque sólo habría que esperar la muerte.
Pero si nos salvamos sólo a
través de la Fe y esta es un don de Dios, ¿cómo conseguirla? Ciertamente, no
podrá encontrarla el que no sea sincero consigo mismo y con Dios. Ella exige la
disposición de seguir la verdad. Es la obediencia de la Fe que nos empuja a
dejarnos involucrar en la comunión con la vida divina. La Fe nos lleva
necesariamente a creer en Cristo verdadero hombre y verdadero Dios, como es
proclamado por la Sagrada Escritura y por la Iglesia: creer en la Trinidad y en
la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, sacramento universal de salvación.
“Fe” significa “creer en el único verdadero Dios” y no en una abstracción, sino
en un Dios vivo, un Dios que habla. Creer, pues, significa confiar en Dios que,
por nosotros, se ha hecho Providencia.
De aquí que en la perícopa
del Evangelio de hoy los Apóstoles, que lo habían abandonado todo por seguir al
Mesías, pidan precisamente la Fe. La Fe para no recaer en el dilema de san
Pedro: “¿qué será de nosotros?” (Mt 19,27).
Y entendemos también por qué
el Señor, respondiendo a sus preocupaciones, hable de los siervos que trabajan
para el patrón, sin que sean gratificados particularmente: nos recuerda que hay
que servir sin esperar más recompensa que saber que se está cumpliendo la
voluntad divina.
No se cree para tener una
cuenta personal... No olvidemos la oración atribuida a San Francisvo Javier: Dios mío, te amo. No es por el cielo, que te
amo. Ni porque castigues con el fuego eterno a los que no te aman. La Cruz,
Jesús mío: tú me has estrechado junto a tu corazón. Has soportado los clavos, la
lanzada, el colmo de la vergüenza, dolores innumerables, el sudor y la
angustica, la muerte... Todo esto lo has sufrido por mí, en mi lugar, por mis
pecados. Entonces, Jesús que tanto amas, ¿por qué no puedo amarte yo también
con un amor desinteresado, olvidado del cielo y del infierno, no para recibir
recompensas, sino simplemente como tú me has amado? Asi es como te amo, así te
amaré, sólo porque tú eres mi rey, solo porque eres mi Dios.
El Señor nos pide un
compromiso gratuito, e incluso será recompensado en esta vida quien lo haya
servido con un corazón generoso. San Ignacio nos recuerda el principio y
fundamento de nuestra vida: El hombre fue
creado para alabar y servir a Dios nuestro Señor y así salvar su alma en este
miundo. Las otras realidades de este mundo han sido creadas para el hombre y
para ayudarlo a alcanzar el fin para el que fue creado. De aquí se sigue que el
hombre debe servirse de ellas tanto como lo ayudan para su fin, y debe alejarse
de ellas en tanto en cuanto le sean un obstáculo.